viernes, 14 de noviembre de 2014

El genio es un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de sudor. Thomas A. Edison



                                                                          Nevada en León, invierno 2013

        Me encanta esta frase porque me recuerda mucho a la educación, tanto del que la recibe como de quien la imparte. Sé que siempre os insisto en su importancia, pero es que me parece fundamental. De hecho, hoy, si me dejáis, voy a quejarme de lo poco que se valora no sólo a los profesores, sino a la carrera de magisterio en sí. ¿Por qué es considerada en muchas ocasiones como una “carrera María”? ¿Por qué es más fácil entrar en esta facultad que en otras? Tengamos en cuenta una cosa, los profesores son los que educan a todos los “futuros todo” del mañana: médicos, abogados, albañiles, arquitectos, pasteleros… Pero también a los futuros papás y mamás, amigos, compañeros, jefes, empleados… Cada vez más se insiste, incluso desde la guardería, en la importancia de educar en valores, en el control de las emociones, y no sólo en la memorización de datos. Y es un gran e importante cambio que hemos visto con los peques ya en el jardín de infancia. Reconozco que da mucho trabajo, pero como todo lo que merece la pena. Por eso me encantaría que el siguiente gran cambio que se hiciese fuese en consideración a la carrera de magisterio, para que sólo entrasen los que realmente tuviesen vocación. Y que se enseñase a enseñar y no sólo los conocimientos que deben transmitir. Que el cambio que estamos notando desde abajo, sea palpable en todos los escalones de la enseñanza. Y, por supuesto, que se valorase a los profesores, los educadores, que recuperen el prestigio de antaño, cuando se les reconocía el mérito no sólo de transmitir sus conocimientos, sino de despertar en quienes les escuchaban las ansias por aprender.

        Recordemos que padres y profesores tenemos que formar un equipo coordinado para sacar lo mejor de nuestros hijos. Cada niño es único y aunque no sean buenos en una materia, pueden ser brillantes en otra. Nuestra principal labor es exprimir toda la paciencia e imaginación que seamos capaces de encontrar en nosotros mismos para poder sacar lo mejor de ellos.

        Si les motivamos, si les enseñamos a ser resolutivos, constantes, si fomentamos su autoestima y les mostramos que siempre hay alternativa, estaremos consiguiendo lo mejor que les podemos dar, que se conviertan en adultos que siempre siguen adelante y que buscan la forma de acabar lo que empiecen; que ante un trabajo difícil no se rindan, sino que busquen alternativas, que no tengan miedo de pedir ayuda y, lo más importante, que se esfuercen, que trabajen duro.

        Suena a utopía o reto imposible, pero es más fácil de lo que pensamos y, como siempre, más duro de lo que parece. No, no es una contradicción, es sencillo encontrar la forma de hacerlo, pero requiere de una gran paciencia poder ejecutarlo y todos sabemos que no siempre estamos al 100%. Debemos esforzarnos por recordar cómo nos comportábamos con ellos cuando eran bebés y emular nuestro comportamiento de entonces: aplaudirles cuando obtengan pequeños logros en el camino, igual que la primera vez que dieron tres pasos seguidos; sonreírles de oreja a oreja en señal de felicidad y orgullo, como la primera vez que nos llamaron papá y mamá. Revisar los vídeos y las fotos de entonces puede ayudarnos. No tenemos que olvidar que tampoco en ese momento fue todo maravilloso. La mayoría hemos vivido largas noches sin dormir, en las que ni las canciones, ni los abrazos surtían efecto; llegábamos a desesperarnos, incluso nos turnábamos con nuestra pareja, le pedíamos ayuda, pero no lo pagábamos con ellos. A medida que crecen esperamos más de ellos y a cambio les pagamos con menos paciencia, menos sonrisas, menos aplausos y menos palabras de apoyo. Recordemos cómo nos sentimos la primera vez que los vimos, cuando los cogimos en brazos y agarramos sus deditos, cuando sentimos su calor, su olor, su ternura; cuando nos despertábamos veinte veces en una noche sólo para comprobar que seguían respirando. Reunid todas esas emociones y jugad con vuestros hijos. El invierno sólo es aburrido si así lo decidimos. Salid de excursión con sopa y un termo de chocolate caliente; aprovechad para ir al teatro, al cine, al museo, a un cuenta cuentos, a la biblioteca a escoger un nuevo libro. Coged el impermeable, las botas de agua y el paragüas y dejad que salten en los charcos un rato antes de volver a casa corriendo a darles un buen baño de agua calentita. La piscina cubierta también es una opción. Disfrutadles porque igual que la etapa de bebé se pasó demasiado rápido y ahora extrañáis hasta las noches en vela, pasará lo mismo con cada uno de sus años, con cada evento, incluso con el día a día: con la cháchara con la que vuelven del colegio, con las poesías que memorizan para nosotros el día de la madre o el día del padre; con la emoción que nos cuentan las celebraciones de cumpleaños en el colegio; o la primera vez que quedan con sus amigos…

        Recordad que todos los padres preocupados por la educación de sus hijos somos grandes genios que a veces tenemos la suerte de tener un gramito de inspiración que nos ayuda a sortear momentos de rabietas, a encontrar un juego que les distrae en el momento que más lo necesitamos o a planificar lo que luego resulta el mejor verano con ellos. Pero no podemos olvidarnos que lo que nos convierte en los mejores padres y grandes genios es nuestro noventa y nueve por ciento de sudor cada día. Si cuando ellos nos gritan, nosotros rebajamos el tono les enseñamos que la forma de conseguir nuestros objetivos y ganar una discusión es mostrando mejores ideas que los opuestos y no gritando más que ellos. Si cuando nos piden comer chuches todos los días, negociamos con ellos hasta llegar a un acuerdo, por ejemplo, sólo en días especiales o fines de semana, les estamos mostrando que siempre hay un camino que puede dejar contentas a las dos partes. Siempre os intento poner un ejemplo de todo lo que os digo, para hacerlo más cercano, y hoy no es una excepción. El comienzo del curso, aunque llevemos ya dos meses, nos tiene a todos desubicados. Es el primer año de cole para la niña, el primero de guardería para el niño. Las clases por la tarde, el frío del otoño, la oscuridad después del cambio de hora… hacen que estén más cansados, más irritables… por no hablar de la cantidad de maldades y contestaciones que aprenden en el patio del recreo, lo que es lógico porque se juntan muchos niños, cada uno con sus manías y con sus malas costumbres, que ninguno somos perfectos. Y es muy cansado, la verdad, empezar el día con gritos porque no se quieren vestir, porque quieren jugar antes de lavarse los dientes… Y cuando vuelven al mediodía otra batalla con la comida porque tienen más sueño que hambre. Así que en una de esas ocasiones en las que ya no podía más con los chillidos, le dije a Silvia, cuando se calmó: “cariño, no puedo más. Los gritos me ponen muy triste y me enfadan. Tenemos que encontrar otra forma de expresar la rabia: ¿crees que saltar en las colchonetas podría funcionar?”. Parece mentira, pero funcionó. No digo que todo sea ahora perfecto, por supuesto, ni que no siga habiendo rabietas y gritos. Pero al día siguiente, mientras desayunaba, dio un grito, la miré y me dijo “mamá, estoy rabiosa, ¿puedo saltar un poco?” y le contesté: “claro que sí, cariño”. En menos de dos minutos estaba de vuelta y tan tranquila. Al cabo de unas semanas, de repente, me preguntó: “¿mamá, tú, cuando estás rabiosa, qué haces?” Y le contesté sinceramente: “Pues intento respirar hondo para no tener que gritar”. Os repito, no todo es perfecto, ni falta que hace, pero estamos en el camino porque le estamos enseñando NO a no rabiarse, sino a controlar la rabia cuando le surge, a encontrar formas de calmarse, a negociar para conseguir lo que quiere… Cada día sudamos y respiramos hondo muchas veces para recargar nuestra mochila de paciencia. Y, de vez en cuando, tenemos un momento de inspiración que nos ayuda a seguir con el complejo juego de la educación.

        Espero que disfrutéis este fin de semana con vuestros peques todo lo que podáis, que les achuchéis un montón, que les digáis lo orgullosos que estáis de ellos y lo felices que os hace pasar tiempo con ellos. A veces lo damos por sentado, pero ellos, no.

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