Cuando el médico nos dijo que no
podíamos tener niños, pensé que se equivocaba. Nunca una noticia tan mala me
había afectado emocionalmente tan poco. Es que por mi cabeza jamás se pasó esa
idea; no era una opción. Fue como si se encendiese un resorte en mi cabeza
donde, por primera vez, no veía un problema, sino un montón de caminos, un
montón de posibles soluciones. Podía no tenerlos biológicamente, pero desde
luego iba a hacer todo lo que estuviese en mi mano para formar una familia de
más de dos miembros. Pinté las letras de esta frase con Divermagic, las pegué
en un armarito de la cocina para verla todos los días y a todas horas y me
apliqué el cuento. Organizamos una fiesta hawaiana, con bastante tequila para
los adultos y zumos y mini hamburguesas para los niños. Nos fuimos de viaje y
salimos todo lo que pudimos; disfrutando de la vida, mientras barajábamos
nuestras opciones.
Teníamos un 30% de posibilidades de
quedarnos embarazados, eso ya era algo. Investigué por Internet y seguimos
todas las locuras que encontramos: vitaminas, zumo de naranja en ayunas, duchas
de agua fría… Y, por
supuesto, fuimos realizando todas las pruebas que nos quedaban, por
recomendación del médico, para la fertilización in Vitro, porque nos habían desaconsejado
la inseminación artificial.
Esto lleva su tiempo y mientras tanto investigamos las distintas clínicas
hasta decantarnos por IVI Madrid. Leyendo opiniones de gente que había pasado
por el proceso te enteras de casos escalofriantes y sorpresas agradables en
todas partes. Nosotros elegimos ésta porque a pesar de que no nos hablaban muy
bien del trato personal, aunque, claro, esto depende del caso, sí llegamos a la
conclusión de que su laboratorio era de los mejores, que al fin y al cabo, era
lo que más nos importaba; y la cercanía también hay que tenerla en cuenta
porque es un proceso largo, duro y tedioso.
Lo que más miedo nos daba no era la
parte física y el dolor que supone el proceso, que también, sino la fortaleza
mental que tienen todas las parejas que pasan por él. Las constantes esperas a
ver si se produce la fertilización, la incertidumbre y el miedo de los primeros
días y las primeras semanas por si hay algún desprendimiento o cualquier otro
tipo de problema. Y la decepción cuando no acaba como uno desea porque se suele
necesitar más de un intento.
Habíamos decidido tomárnoslo con la
mayor calma de la que fuésemos capaces, hacer el proceso lo más llevadero
posible, intentando ir al teatro o a un hotelito romántico cada vez que
tuviésemos que desplazarnos a Madrid. Y también teníamos claro que no íbamos jugárnoslo
todo a una única posibilidad y que si no salía bien la FIV (Fecundación In Vitro
convencional) intentaríamos como segunda opción la ICSI (Inyección
Intracitoplasmática de Espermatozoides), que nos parecía mucho más fiable.
Dependiendo del problema que nos encontrasen, nos planteábamos la donación de
óvulos o de esperma. Y el siguiente paso era irnos al Norte de Europa donde
sabíamos que realizaban desde hacía tiempo selección de espermatozoides.
Por último, la adopción. De esto no
os puedo contar nada en primera persona porque no llegamos ni a investigar.
Mientras esperábamos unos resultados decidimos hacernos nuestra enésima prueba de embarazo
y… ¡ahí estaba! ¡Mi pequeño bichito! ¡Estábamos embarazados! No nos lo podíamos
creer. Creo que el temblor me duró al menos 3 días. Ese fue mi pequeño milagro,
mi gran lotería… Llamarlo como queráis, pero desde entonces me siento la mujer
más dichosa del planeta.
Y esa frase sigue en mi cocina
porque la vida te da muchas veces limones y personalmente creo que, aunque
cueste, la mejor opción es siempre luchar. ¡Ah! Y no olvidéis que si no os
gusta el alcohol… ¡siempre podéis hacer limonada! ¡Feliz fin de semana!
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