viernes, 6 de junio de 2014

“Si la vida te da limones… ¡pide sal y tequila!”


           

           Cuando el médico nos dijo que no podíamos tener niños, pensé que se equivocaba. Nunca una noticia tan mala me había afectado emocionalmente tan poco. Es que por mi cabeza jamás se pasó esa idea; no era una opción. Fue como si se encendiese un resorte en mi cabeza donde, por primera vez, no veía un problema, sino un montón de caminos, un montón de posibles soluciones. Podía no tenerlos biológicamente, pero desde luego iba a hacer todo lo que estuviese en mi mano para formar una familia de más de dos miembros. Pinté las letras de esta frase con Divermagic, las pegué en un armarito de la cocina para verla todos los días y a todas horas y me apliqué el cuento. Organizamos una fiesta hawaiana, con bastante tequila para los adultos y zumos y mini hamburguesas para los niños. Nos fuimos de viaje y salimos todo lo que pudimos; disfrutando de la vida, mientras barajábamos nuestras opciones.

            Teníamos un 30% de posibilidades de quedarnos embarazados, eso ya era algo. Investigué por Internet y seguimos todas las locuras que encontramos: vitaminas, zumo de naranja en ayunas, duchas de agua fría… Y, por supuesto, fuimos realizando todas las pruebas que nos quedaban, por recomendación del médico, para la fertilización in Vitro, porque nos habían desaconsejado la inseminación artificial.

Esto lleva su tiempo y mientras tanto investigamos las distintas clínicas hasta decantarnos por IVI Madrid. Leyendo opiniones de gente que había pasado por el proceso te enteras de casos escalofriantes y sorpresas agradables en todas partes. Nosotros elegimos ésta porque a pesar de que no nos hablaban muy bien del trato personal, aunque, claro, esto depende del caso, sí llegamos a la conclusión de que su laboratorio era de los mejores, que al fin y al cabo, era lo que más nos importaba; y la cercanía también hay que tenerla en cuenta porque es un proceso largo, duro y tedioso.

            Lo que más miedo nos daba no era la parte física y el dolor que supone el proceso, que también, sino la fortaleza mental que tienen todas las parejas que pasan por él. Las constantes esperas a ver si se produce la fertilización, la incertidumbre y el miedo de los primeros días y las primeras semanas por si hay algún desprendimiento o cualquier otro tipo de problema. Y la decepción cuando no acaba como uno desea porque se suele necesitar más de un intento.

            Habíamos decidido tomárnoslo con la mayor calma de la que fuésemos capaces, hacer el proceso lo más llevadero posible, intentando ir al teatro o a un hotelito romántico cada vez que tuviésemos que desplazarnos a Madrid. Y también teníamos claro que no íbamos jugárnoslo todo a una única posibilidad y que si no salía bien la FIV (Fecundación In Vitro convencional) intentaríamos como segunda opción la ICSI (Inyección Intracitoplasmática de Espermatozoides), que nos parecía mucho más fiable. Dependiendo del problema que nos encontrasen, nos planteábamos la donación de óvulos o de esperma. Y el siguiente paso era irnos al Norte de Europa donde sabíamos que realizaban desde hacía tiempo selección de espermatozoides.

            Por último, la adopción. De esto no os puedo contar nada en primera persona porque no llegamos ni a investigar.

            Mientras esperábamos unos resultados decidimos hacernos nuestra enésima prueba de embarazo y… ¡ahí estaba! ¡Mi pequeño bichito! ¡Estábamos embarazados! No nos lo podíamos creer. Creo que el temblor me duró al menos 3 días. Ese fue mi pequeño milagro, mi gran lotería… Llamarlo como queráis, pero desde entonces me siento la mujer más dichosa del planeta.

            Y esa frase sigue en mi cocina porque la vida te da muchas veces limones y personalmente creo que, aunque cueste, la mejor opción es siempre luchar. ¡Ah! Y no olvidéis que si no os gusta el alcohol… ¡siempre podéis hacer limonada! ¡Feliz fin de semana!

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