Tengo una muñeca vestida de azul
Con su camisita
y su canesú
La saqué a
paseo, se me constipó
La tengo en la
cama con mucho dolor
Que le dé jarabe
con un tenedor
2 y 2 son 4, 4 y
2 son 6; 6 y 2 son 8 y 8, 16
Y 8, 24 y 8, 32
ánimas benditas me arrodillo yo
Lo prometido es deuda y, tal y como
os dije la semana pasada, aquí os dejo la segunda de las canciones que más me
recuerdan a mi madre.
Cada vez que la oigo pienso en una
muñeca que me regalaron cuando nací. Tiene la cara de plástico, pelo corto y
rubio y los ojos se abren al ponerla de pie y se cierran cuando la tumbas, como
si se hubiese dormido. El cuerpo es de trapo y antes tenía en la espalda un
mecanismo por el que al darle cuerda se le movía la cabeza y sonaba una
preciosa melodía. Las manos están unidas con velcro sujetando una almohada
pequeñita.
Sorprendentemente, de entre todos los muñecos y peluches que conservo de
cuando era pequeña y de entre todos los que le han ido regalando, mi niña eligió
justamente éste para dormir con él. Es, sin duda, el más estropeado, a
excepción de un oso de peluche que no puede tener más remiendos. Así que nos entretuvimos buena parte de
una tarde lavándole el pelo con champú y suavizante. Y funcionó, después de secárselo
y cepillárselo parecía otra cosa. Una buena dosis de jabón para la cara y el
cuerpo de trapo y lista para la siguiente generación.
Cuando tenía unos 6 años, mi madre le tejió una bufanda y unas manoplitas
blancas. No recuerdo ni la mitad de los regalos que he ido recibiendo a lo
largo de mi vida porque son muchos cumpleaños, Navidades, santos… pero eso lo
recuerdo como si hubiese ocurrido ayer. Y
ahora soy yo la que teje ropita para el mismo muñeco que hace años vestía mi
madre: gorros, bufandas, jerseys…
Y es que a veces nos complicamos pensando qué es lo que más les puede
gustar a nuestros hijos y me parece que la respuesta es sencilla y obvia, que
pasemos tiempo con ellos. Convertirles en protagonistas, ser el centro de
atención… al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta? Siempre se dice que los niños
nacen egoístas y que la mejor forma de calmar a un bebé es cogerle en brazos
para transmitirle todo nuestro cariño. Me parece que a medida que van creciendo
se nos olvida que siguen necesitando, por encima de todo, todo nuestro amor y
ese amor hay que demostrarlo. Puede que ya entiendan las palabras, pero eso no
significa que les baste un “te quiero”. Creo que cuando mejor se sienten es
cuando ven que dejas algo importante para atenderlos a ellos porque eso
significa que son aún más importantes. Cuando sacrificamos lo más valioso que
tenemos, que es nuestro tiempo, en beneficio de ellos. Y si conseguimos que
deje de ser un sacrificio y volver a disfrutar de ese tiempo como cuando
mirábamos cómo se dormían de bebés en nuestros brazos… entonces todos ganamos.
Lo difícil, claro, es encontrar el equilibrio entre todos los aspectos
importantes de nuestra vida y acordarnos de reservarnos un hueco para nosotros
mismos, porque la mejor manera de criar niños felices es ser mamis y papis
felices.
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