martes, 10 de junio de 2014

Tengo una muñeca vestida de azul



Tengo una muñeca vestida de azul
Con su camisita y su canesú
La saqué a paseo, se me constipó
La tengo en la cama con mucho dolor

Esta mañanita me dijo el doctor
Que le dé jarabe con un tenedor
2 y 2 son 4, 4 y 2 son 6; 6 y 2 son 8 y 8, 16
Y 8, 24 y 8, 32 ánimas benditas me arrodillo yo 

            Lo prometido es deuda y, tal y como os dije la semana pasada, aquí os dejo la segunda de las canciones que más me recuerdan a mi madre.

            Cada vez que la oigo pienso en una muñeca que me regalaron cuando nací. Tiene la cara de plástico, pelo corto y rubio y los ojos se abren al ponerla de pie y se cierran cuando la tumbas, como si se hubiese dormido. El cuerpo es de trapo y antes tenía en la espalda un mecanismo por el que al darle cuerda se le movía la cabeza y sonaba una preciosa melodía. Las manos están unidas con velcro sujetando una almohada pequeñita.

Sorprendentemente, de entre todos los muñecos y peluches que conservo de cuando era pequeña y de entre todos los que le han ido regalando, mi niña eligió justamente éste para dormir con él. Es, sin duda, el más estropeado, a excepción de un oso de peluche que no puede tener más remiendos. Así que nos entretuvimos buena parte de una tarde lavándole el pelo con champú y suavizante. Y funcionó, después de secárselo y cepillárselo parecía otra cosa. Una buena dosis de jabón para la cara y el cuerpo de trapo y lista para la siguiente generación.

Cuando tenía unos 6 años, mi madre le tejió una bufanda y unas manoplitas blancas. No recuerdo ni la mitad de los regalos que he ido recibiendo a lo largo de mi vida porque son muchos cumpleaños, Navidades, santos… pero eso lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer.  Y ahora soy yo la que teje ropita para el mismo muñeco que hace años vestía mi madre: gorros, bufandas, jerseys…

Y es que a veces nos complicamos pensando qué es lo que más les puede gustar a nuestros hijos y me parece que la respuesta es sencilla y obvia, que pasemos tiempo con ellos. Convertirles en protagonistas, ser el centro de atención… al fin y al cabo, ¿a quién no le gusta? Siempre se dice que los niños nacen egoístas y que la mejor forma de calmar a un bebé es cogerle en brazos para transmitirle todo nuestro cariño. Me parece que a medida que van creciendo se nos olvida que siguen necesitando, por encima de todo, todo nuestro amor y ese amor hay que demostrarlo. Puede que ya entiendan las palabras, pero eso no significa que les baste un “te quiero”. Creo que cuando mejor se sienten es cuando ven que dejas algo importante para atenderlos a ellos porque eso significa que son aún más importantes. Cuando sacrificamos lo más valioso que tenemos, que es nuestro tiempo, en beneficio de ellos. Y si conseguimos que deje de ser un sacrificio y volver a disfrutar de ese tiempo como cuando mirábamos cómo se dormían de bebés en nuestros brazos… entonces todos ganamos. Lo difícil, claro, es encontrar el equilibrio entre todos los aspectos importantes de nuestra vida y acordarnos de reservarnos un hueco para nosotros mismos, porque la mejor manera de criar niños felices es ser mamis y papis felices.

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