Frase de la que perfectamente podría
derivar otra bien conocida que dice que “nadie nace sabiendo” y por la que
todos los padres tendríamos que tranquilizarnos cuando nos encontramos en el
hospital y nos ponen esa pequeña y tierna cosita que es nuestro hijo recién
nacido en brazos. Las primeras dudas se resuelven enseguida: ¿cómo le cambio el
pañal? ¿Tendré que abrigarlo más? ¿Por qué llora? Y poco a poco, a medida que
va creciendo se nos presentan las grandes preocupaciones para las que nadie
está preparado por muchos manuales que leamos y por mucho que médicos,
pediatras, psicólogos y profesores pongan su empeño en aconsejarnos. Son esas
terribles dudas sobre su educación y si lo estaremos haciendo bien.
Habrá padres más inspirados,
creativos y graciosos y madres con más instinto o más cariñosas, pero todos
partimos de cero, o con ese dos por ciento más o menos. Lo importante es el restante
noventa y ocho por ciento de perseverante aplicación. Creo que todos los padres
y madres estarán de acuerdo en que para educar, que no sólo para criar, a un
niño se necesita mucha, muchísima perseverancia junto con una paciencia eterna.
Cuando uno de mis hijos tienen uno de esos días de constantes rabietas en las
que si no haces nada, malo y si lo haces, parece que peor; te sientes
impotente; tú sólo quieres lo mejor para ellos y achucharlos, pero te lo ponen
imposible… siempre me acuerdo de un chiste que circuló hace tiempo por Internet
en el que un pobre trabajador rezaba así: “Dios, dame paciencia para soportarlo
(en su caso al jefe; en el mío a esa dulce criatura que parece haberse
convertido en un diablillo por arte de mal hechizo) porque si me das fuerzas lo
estrello”.
Y es que por más libros que leamos y
más supernannys que sigamos hay días que una tiene el día torcido y quiera Dios
que no coincida con uno de sus días torcidos. Porque está genial eso de
sentarlos en la silla a pensar, ¡si se quedasen sentados! Y eso de no darles
azotes, salvo cuando no paran de morderte, darte guantazos y lanzar objetos y
comida por el aire. Hace poco una mujer a la que quiero mucho y acaba de tener un bebé me dijo: “Ser madre te hace mejor persona”. No podría
estar más de acuerdo. A lo largo de la vida no dejamos de aprender cosas, pero
hay pocas tareas, por no decir ninguna, en las que empleemos tanto tiempo y
dedicación como en la educación de nuestros hijos. Y esa perseverante
aplicación es la que nos va dando las tablas necesarias para resolver los
conflictos que se nos van presentando.
Y si lo intentamos día a día, a
pesar de los errores que cometamos, nos iremos convirtiendo cada vez más en
grandes genios, no de la paternidad en general, sino de nuestros hijos. Porque
a medida que ellos vayan creciendo y aprendiendo, nosotros les acompañaremos en
su viaje y aprenderemos a jugar de nuevo; incrementaremos nuestra paciencia
hasta límites que antes nos habrían parecido imposibles; pasaremos a estar descansados
si conseguimos dormir cuatro horas seguidas, por muy dormilonas que fuésemos
antes; y cuando veamos un día de sol, lo primero que pensaremos es en saltar las
olas y hacer castillos de arena, en lugar de leer un buen libro tumbadas en la
hamaca. Nuestros hijos nos hacen crecer como personas, pasan a ser lo primero y
unos grandes maestros.
Cometeremos mil errores, nos
arrepentiremos de muchas cosas, pero lo importante es que seamos conscientes de
esas cosas y que aprendamos de nuestros fallos para mejorar como padres y
ayudarles a crecer como personas. Estoy segura de que muchas de vosotras me
entenderéis perfectamente si os digo que alguna vez me he tenido que esconder
para reírme a carcajadas cuando la reñía por la repuesta de la niña; o que algún
día me he quedado llorando porque he perdido los nervios y le he dado un azote
del que me he arrepentido nada más hacerlo. El sábado, ya que estaba lloviendo,
nos fuimos de excursión al Ikea de Valladolid. El Centro Comercial es muy
grande y tiene unas cuantas zonas de ocio gratuitas para los niños, como la
sala de bolas, así que decidimos pasar allí el día mejor que encerrados en
casa. Aún no sé si fue una buena idea. Llevan una racha bastante rebelde y
acostumbrados a estar todo el día bastante salvajes al aire libre lo de estar
encerrados fue un poco catastrófico. Así que al final del día estábamos ya
bastante cansados y nos quedaba poca paciencia. Alquilamos uno de esos
vehículos que se han puesto de moda en los centros comerciales. Son como
grandes animales de peluche con ruedas. Los niños se suben en su lomo y los
conducen por allí. La niña se subió en un toro. No era la primera vez, pero
debía de estar cansada y excitada y no hacía más que atropellar a la gente, así
que al final acabamos a gritos. Y cuando estaba a punto de chocarse por enésima
vez empecé a subir el tono: ¡gira, gira, GIRA! Y la pobre, se me puso a
sollozar y me dijo: “Vale, mamá, ya giro, pero ¿qué es girar?”
Toma lección. Probablemente en otro
contexto recordaría lo que es girar, pero estaba tan estresada por nuestra
frustración y tensión que se atascó. A veces olvidamos que si a nosotros nos
cuesta controlar nuestro genio y respirar hondo con más razón le pasará a los
niños, que tienen muchas menos armas y experiencia que nosotros. Mis hijos me
enseñan cosas todos los días y el sábado, Silvia me hizo recordar lo importante
que es la comprensión hacia los demás. No será mi último error, estoy segura,
pero tenga o no un dos por ciento de genio, estoy dispuesta a 24 horas al día,
365 días al año de perseverante aplicación en el trabajo más difícil, más
completo y satisfactorio, que jamás podría haber soñado, ayudar a mis hijos a
crecer.
Me respiguè al leerlo, que gran verdad...y la clave de todo esto es la dedicación a nuestros hijos, ojalá todo el mundo tuviese las cosas tan claras cómo tu. Gracias por hacer que parezca tan fáciles las cosas y por el tiempo que inviertes en tu blog...que tranquilidad da leerte...
ResponderEliminarMe alegra poder ayudar. A mí siempre me ha venido bien hablar con la gente con niños que conozco, incluso aunque haga justo lo contrario que ellos. En caliente es muy difícil hacer siempre las cosas bien. Pero si reflexionamos al final del día sobre cómo ha ido todo siempre lo podremos hacer mejor por la mañana. Y los niños son más listos de lo que nos creemos, sabrán valorar nuestros esfuerzos y perdonar nuestros errores.
Eliminar