viernes, 15 de agosto de 2014

Por la calle del ya voy se va a la casa del nunca. Cervantes


                                                                                                                 Animal Kingdom, septiembre 2008
              Esta frase, o similar, la oí muchas veces cuando era pequeña. ¿No os pasaba a  vosotros? “¡Angela, recoge la habitación!” y justo después un inevitable “¡Ya voooooyyyyy!” Pero rara vez iba, al menos no inmediatamente. Estoy segura de que tenía que ser muy frustrante para mis padres. Pero sigamos avanzando, ¿no recordáis ninguna situación más en la que lo hayáis dicho y no lo hayáis hecho? Yo, unas cuantas, pero ahora trato de evitarlas, ¿sabéis desde cuándo? Los que me seguís desde hace un tiempo seguro que ya habéis adivinado la respuesta, desde que soy mamá.
           
          ¿Sorprendidos? Os pongo en situación. La niña está sentada en el w.c. con su reductor, haciendo pis. Mientras, yo aprovecho para guardar la tabla de planchar. Cuando termina me grita desde el baño, “¡acabé!” y automáticamente contesto, “ya voy”; pero, en realidad, estoy a medio camino de la despensa con la tabla de planchar y aún la tengo que colgar antes de volver al baño. Seguro que todos habéis oído que los niños no tienen sentido del tiempo y que para ellos un minuto es como para nosotros una hora. Si decimos “ya voy” no entienden que estamos de camino, mucho menos que vamos a tardar un poco, sino que esperan que nos materialicemos a su lado antes de acabar la frase. Ésta es una situación sin demasiada importancia, pero esta frasecita y otras similares se cuelan en nuestros diálogos de forma errónea.
           
           Os pongo un ejemplo: “mamá, quiero ir al parque” “sí, sí, ahora vamos”. Pero en realidad, aún tienes que fregar los platos, recoger la cocina y preparar la merienda; al menos, media hora. Ese “ya voy” es como el de Cervantes para los niños, que nunca llega, incluso aunque acabéis yendo al parque. Y, si no, poneros en su lugar. Cuando le pedís que recoja el plato después de comer, ¿os gustaría que os dijese “ya voy”? Y entonces, se va a terminar la torre que dejó a medias, pintar un poco en la pizarra y cuando va a por un libro, ve el plato aún sobre la mesa y lo recoge. Pero ya ha pasado media hora y vuestros nervios, en caso de que hayáis podido aguantar todo ese tiempo sin intervenir, están a flor de piel. Y, por supuesto, en lugar de felicitarle por haber recogido la mesa, le espetas un “ya era hora”. El que piense que no es lo mismo que intente verlo con los ojos de un niño porque si “perro” significa lo mismo, animal de cuatro patas que hace guau, cuando lo dice él que cuando lo dices tú, “ya voy”, también.
           
       Esto empeora mucho si, efectivamente, acabamos en la calle del nunca y no cumplimos lo prometido. “Papá, ¿vienes a jugar?” “Ya voy”. Te ha salido por inercia porque en realidad hoy no puedes jugar con  él. Tienes que terminar unas tareas en casa y sabes que para cuando termines ya será la hora de la cena, a la que llegarás de mal humor porque el pequeño, que creía que iba a poder jugar con su padre, se pasa la tarde llamándote y tus frases se van convirtiendo en “espera un poco”, “ahora no”, “cuando pueda”…Subiendo cada vez más el tono. ¿Os imagináis lo que sentiríais si os lo hiciera él a vosotros? Pues de este modo lo acabará haciendo. ¿No es más fácil, perder 5 minutos la primera vez que os llama y explicarle que no puedes jugar con él porque tienes tareas pendientes, pero que si te hace una supertorre y te deja trabajar, después de la cena le leerás su cuento favorito?
           
            Recordad que,, además de tener su propia personalidad los niños son grandes estudiantes. ¿Por qué limitarnos a llamarlos monitos cuando aprenden las cosas con tanto esfuerzo? ¿Acaso no se fijan en nosotros día tras día, tratando de imitarnos hasta hacer las cosas igual que nosotros porque somos sus héroes, lo más grande que conocen? No me entendáis mal, que yo también digo que son como monitos y como esponjas, que todo lo imitan y todo lo absorben. Pero quiero que reflexionemos en la importancia de su tarea y les reconozcamos el esfuerzo que realizan.
           
           Nos encanta que se pongan nuestros zapatos de tacón y que quieran leer el periódico a nuestro lado. Que nos digan lo educados que son cuando dan las gracias y piden las cosas por favor. Pero nos enfadamos cuando nos sueltan un “ya voy” cuando les decimos que recojan sus juguetes y llega la hora de dormir y sigue por ahí todo tirado. En esos momentos es difícil mantener la calma, pero cuando la recuperéis preguntaros donde han oído antes esa frase, y cuántas veces la calle del “ya voy” os ha llevado a la “casa del nunca” con ellos.
           
           ¿Quiere esto decir que no se nos puede escapar nunca? Claro que no, que somos humanos. Yo soy tan imperfecta como la mejor de las madres. Me equivoco y pido perdón. Dejo la chaqueta en el sofá y digo lo descuidada que he sido. Ceno con ellos en el sofá un sándwich uno de esos días que no tienes fuerzas ni para sentarlos en la trona y les digo la pedazo de trampa que estamos haciendo…
           
            Nunca antes de ser madre me había esforzado tanto en corregir mis defectos y en mejorar mis virtudes. Pero lleva tiempo, que luchar contra los malos hábitos es durillo. Mientras tanto, lo hago lo mejor que puedo. Y claro que se me escapa un “ya voy” de vez en cuando, pero a continuación añado “en cuanto termine de recoger la tabla de planchar, te limpio mi niña”. Y arreglado. Le estoy dando un tiempo que ella puede entender. Así que no os desesperéis cuando metáis la pata, sólo intentad arreglarlo. Y tened un poco de paciencia con ellos cuando hagan algo de forma errónea, especialmente si es algo que os estén viendo a vosotros. Y si me permitís un consejo, tened mucho cuidado con sus costumbres porque son mucho más fáciles de adquirir que de eliminar. ¡Pasad un buen fin de semana jugando y haciendo trampas!

2 comentarios:

  1. Nunca me lo había planteado así... Con lo que me desquicia el "ahora voy" o el "espera un momento" y seguro que soy yo la que más lo digo... Que importante es darse cuenta de las cosas, una vez más... Muchas gracias

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  2. Gracias a ti por tu comentario. A veces lo más importante siendo padres es simplemente aumentar nuestra empatía y ponernos en el lugar de nuestros hijos. No es tan fácil hacerlo como decirlo, como casi nada en esta vida, pero sabiendo la estrategia tenemos ganado medio camino.

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