Centro de mesa de mi boda, septiembre 2008
Y una vez más volvemos a hablar de la importancia de los hábitos, que terminan convirtiéndose en costumbres. A todos nos encanta cuando vemos unos niños comportándose como auténticos caballeros o pequeñas damas a la mesa. Y nos horrorizamos cuando se comportan como malcriados, protestando, levantándose sin cesar y tirando la comida.
Debemos tener claro que por mucho
que les eduquemos son niños y que de igual modo que nosotros tenemos malos días
a ellos les pasa lo mismo. Tampoco hay que pedirles que se estén quietos en una
comida de tres horas sin más entretenimiento que ver los platos pasar. Es
decir, que cualquiera puede pensar de nuestros hijos que son unos pequeños
demonios en un restaurante. No os preocupéis. Los que tengan niños os
entenderán y aunque no fuera así, en cuestión de hijos sólo debemos
preocuparnos de hacerlo lo mejor posible y no de las apariencias.
Seguro que os suenan esos terribles
días en los que aunque les des sus platos favoritos no quieren comer nada y
chillan, como si les estuviesen degollando, que lo tiran todo, que quieren
jugar… Insisten en probar todo lo que habéis pedido, pero no se decantan por
nada y dejan lo suyo sin tocar. No hacen más que bajarse de la silla o intentan
tirarse de la trona. Os piden ir al baño para que, al llegar allí comprobéis
que no tenían ganas de nada más que de alejarse de la mesa. Y salís del
restaurante muertos de vergüenza, agotados, con la sensación de que ha pasado
más de medio día y que mejor os hubieseis quedado en casa.
Pero… si intentáis hacer las cosas
bien en el día a día y, como siempre, poneros en su lugar, estos días serán los
menos y a medida que vayan creciendo se irán reduciendo hasta desaparecer por
completo. Y cuando os sintáis abochornados por su comportamiento pensad que los
que conocen a vuestros niños saben que es tan sólo un mal día. No os preocupéis
de los demás.
Eso sí, no podemos pretender que si
durante la semana les dejamos cenar en el sofá viendo la tele, levantarse de la
mesa siempre que quieren, comer con juguetes, rechazar cada alimento y salir
disparados al terminar el último bocado hacia su cuarto… de repente, les
llevemos a un restaurante y se comporten como angelitos hasta la hora de
marcharnos. Esto lleva su tiempo. Desde la primera vez que se sientan en una
trona para degustar la papilla de frutas podemos empezar a enseñarles modales,
como en cualquier otra área. No, no me he vuelto loca, desde tan pequeñitos se
les puede ir enseñando pequeñas cositas. Y, por supuesto, todo esto mediante el
juego, que es como mejor aprenden, por no mencionar el hecho de que la infancia
es para disfrutarla, no para amargársela con reglas excesivas y normas
demasiado estrictas. ¿Cómo podemos hacer esto? Es fácil, armándonos de
muchíiiiiiiiiiisma paciencia, jejejeje ¿Creíais que había un truco mágico?
Siento decíroslo, pero os recomiendo yoga y ejercicios de respiración.
Si les acostumbramos desde pequeños
a comer siempre en la trona con un babero, un cuenco y una cucharita… En lugar
de darle de comer cada día en un sitio distinto, a veces con babero y otras sin
él y a horas muy distintas… estarán aprendiendo una valiosa lección, ¿la recordáis?
Eso es, hábitos y rutina. ¿Creéis que un bebé no puede aprender nada de esto?
Pero, en cambio, seguro que le decís cada día lo mucho que le queréis, le
abrazáis, le cantáis canciones, le hacéis cosquillas y jugáis con él. ¿Por qué
pensáis que eso sí le cala y las rutinas no? Todo influye y todo importa.
Cualquier libro o revista que leáis
os dirá lo importante que son las comidas en familia. Todos estamos
completamente convencidos de que los niños son como pequeños monitos que lo
imitan todo y aún así nos sigue sorprendiendo que darles buen ejemplo sea tan
efectivo. Si nos sentamos con ellos a la mesa, comemos variado y utilizamos
correctamente los cubiertos, ¿qué creéis que ocurrirá? Pues que tratará de
imitarnos, claro. Y la paciencia es importante, sin duda, porque las primeras
veces que coma solo se tirará la mitad encima; y manchará la mesa, la trona, el
suelo y cuando le veáis la ropa os preguntaréis cómo es posible que con un
babero que llega hasta la barriga y que le cubre los brazos se haya manchado la
camiseta y los pantalones; ohhh, sí, os juro que es posible. Cualquier cosa que
decidáis enseñarles, y los buenos modales y las buenas costumbres en la mesa no
son una excepción, tenéis que pensar que se trata de una tarea exigente cuyos
beneficios sólo veréis a largo plazo, que será cuando os ahorren tiempo, pero
sobre todo, cuando les hayáis hecho el gran favor de darles una educación que
les permita ser independientes, autosuficientes y con modales con los que se
puedan desenvolver bien en sociedad.
¿Pasos a seguir? Todos los que se os
ocurran y podáis aplicar. ¿Lo ideal? Hacer todas las comidas, al menos todas
las que podáis, con ellos. Y esto significa, implicarles en la preparación. Sé
que esto no se puede hacer cada día, pero poco a poco os voy mostrando recetas
en las que los niños pueden participar sin ningún tipo de peligro, como el
helado de fresa o la pizza casera y podéis dedicar un día a la semana a cocinar
en familia. Yo recuerdo con auténtico cariño los domingos en casa cocinando con
mi madre, mi tía y mis primas; las rosquillas eran nuestra especialidad. Poco a
poco me fui aficionando y me dieron completa libertad. Tuvieron mucha paciencia
conmigo porque mis primeros bizcochos eran todos para la basura, os lo aseguro,
quemaditos por fuera y crudos por dentro. Pero seguí practicando y lo convertí
en una parte esencial de mi vida. Ahora mis amigos están deseando que dé una
fiesta para degustar los platos nuevos y me encanta compartir esta afición con
mis peques.
Permitirles que pongan la mesa.
Muchos niños lo piden ellos directamente cuando ven a sus padres haciéndolo. Si
no es el caso, les podéis ofrecer, que no imponer, su plato para que “os
ayuden”; recordad la importancia del lenguaje a la hora de hablar con ellos. Si
son muy pequeños pueden empezar llevando las servilletas y sus platos y sus
vasos de plástico vacíos y que os ayuden a colocarlos. Recitarles cómo colocáis
las cosas: “El plato en el centro; la servilleta, a la izquierda; el pan a la
izquierda; el vaso, delante; el tenedor, a la izquierda; el cuchillo y la
cuchara, a la derecha”. No, no se lo va a aprender de repente. Pero se
acostumbrará a la rutina, que es lo más importante, y poco a poco se irá
fijando en lo básico hasta que llegue un momento en el que coja el pan de su
izquierda, en lugar de “robar” el de la persona que tiene a la derecha. Igual
que ponen la mesa, la pueden quitar. Es importante que lo hagan nada más
terminar y que, a continuación, se laven los dientes. Si les dejamos que hagan
una tarea en medio, le estaremos transmitiendo el mensaje de que las cosas
importantes se pueden posponer, mala idea.
Durante la comida tenemos que conseguir
el mismo comportamiento que queremos que tengan en el restaurante: que estén
sentados, que no lancen la comida y que no jueguen. Por eso es importante que
sobre la mesa sólo tengamos platos, vasos, cubiertos, servilletas y comida,
para que no se distraigan con otras cosas. La comida tiene que estar lista
antes de sentar a los niños porque la paciencia también se aprende y no podemos
pretender tenerles en la trona mientras terminamos de ultimar detalles y que luego
aguanten toda la comida; demasiado tiempo, especialmente para los más pequeños.
Es mejor tenerlo todo sobre la mesa y luego sentarles a ellos. En lugar de
hacérselo todo, es preferible que les animemos a que vayan cogiendo los
cubiertos. Y recordad que en sus primeros contactos con la comida es normal,
incluso sano, que cojan los alimentos con la mano. Sólo tenemos que ir
animándoles a que cada vez más usen los cubiertos. No tengáis miedo de que
manchen, es más contad con ello. Acostumbraros a la limpieza a fondo que hay
que hacer después igual que nos acostumbramos a cambiarles el pañal. Al fin y
al cabo barrer restos de comida no debería resultar más desagradable que
limpiar cacas, ¿no creéis? Ponedles también una servilleta a su lado para que
poco a poco se acostumbre a utilizarla. Nos imitará cuando lo hagamos nosotros.
Y lo más importante, debe ser un momento agradable, al fin y al cabo hay que
pasarlo, ¿por qué hacerlo de mala gana? ¿Cuando le cambiáis el pañal no le dais
besitos en la tripita, le hacéis rosquillitas y le contáis cositas? A medida
que crecen, a veces olvidamos estos más que saludables hábitos y ellos los
echan en falta, no tengáis la más mínima duda. La comida es un momento
estupendo para hablar con ellos. Podéis corregir las malas costumbres, como
masticar con la boca abierta, siempre y cuando sean notas al margen. No debe
ser una lección magistral, sino un momento agradable en el que por ejemplo,
podemos hablar sobre lo que vamos a hacer, lo bien que lo pasamos el fin de
semana o su cuento favorito.
Las comidas tienen que ser breves. Es importante que aprenda a no
levantarse de la mesa hasta que todo el mundo haya terminado, pero ésta es una
lección que les costará más. Pensad que la paciencia no es el fuerte de los más
pequeños, así que, cuando estéis en casa, acortad las comidas todo lo que
podáis. Y en un restaurante, sed un poco comprensivos. Si prevéis que la comida
se va a alargar más de la cuenta, podéis llevarles una pequeña libreta con unas
pinturas o un cuento para que los use mientras espera a que los demás terminen.
Esto no quiere decir que se pueda pasar la comida jugando, sino que, si ha
terminado y le toca esperar, pueda hacerlo de forma entretenida. Hace poco
tuvimos una boda, en la que, como os podéis imaginar, la comida empezó casi a
su hora habitual de merendar, después de pasarnos un buen rato en el cocktail
inicial en el que tomaron suficientes pinchos como para estar totalmente
llenos. Así que cuando la llegó la hora de comer no tenían hambre y estaban
cansados. Después del primer plato, con lo que se tarda entre que se sirve a
todas las mesas y todos terminan de comer, estaban más que aburridos. Por
suerte, todos los comensales de nuestra mesa eran buenos amigos, comprensivos y
con gusto por los niños. La mayor nos pidió permiso para levantarse y le
explicamos que al terminar cada plato y antes de que los camareros empezasen a
servir el siguiente, para que no se tropezasen, se podía levantar. Y se puso a
hacernos cosquillas a todos. Fue su manera de soportar las tres horas de
banquete.
A la hora de comer hay muchas cosas
que podemos tener en cuenta. Quizá la que más preocupa habitualmente es la de
los alimentos que el niño rechaza. Por suerte, no es mi caso. Silvia ha comido
siempre fenomenal; no sólo variado, sino que desde antes de saber utilizar los
cubiertos ha sorprendido a todo el mundo por tirar más a la verdura y la fruta,
que a la pasta o la carne o el pescado. Y he tenido la fortuna de que no haya
probado las chuches hasta cumplidos los 3 años y tampoco es muy forofa de
ellas. Eso sí, el chocolate le pierde. Quizá pueda entender un poco a los que
tenéis ese problema “gracias” a Sergio. Le cuesta más adaptarse a los alimentos
y tiende más a los dulces que a la comida sana, especialmente a la fruta. Y
esto es así desde pequeño. Nunca quiso las papillas de frutas, ni los batidos,
ni los zumos. Fue una época bastante desesperante, pero decidimos no rendirnos.
No tenía dientes todavía, pero quería morderlo todo y parecía que estaba
realmente rabioso de las encías, así que empecé a ofrecerle plátanos, en trozos
pequeños y los devoraba. Poco a poco fuimos añadiendo frutas, empezando siempre
por las más blandas, como las peras de agua muy maduras.
¿Recordáis que hemos comentado que
hay que probar un alimento aproximadamente 10 veces antes de que nos guste?
Esto lo he leído varias veces y también que los padres solemos rendirnos a la
tercera o la cuarta. Es un poco frustrante cocinar un plato y que lo dejen
todo, pero si lo pensamos en frío, ¿no es peor que cuando tengan 10 años nos
encontremos con niños que no comen de nada? Creo que lo que tenemos que hacer
es pensar que igual que cuando no tenían dientes les preparábamos un puré,
cuando no tienen su gusto formado les preparamos un menú. Esto no quiere decir
que todos los días haya que cocinar dos recetas, ni mucho menos. Podéis
preparar algo que sepáis que les gusta en abundancia para que dé para dos días.
Se lo pones uno, guardas el resto en la nevera. Al día siguiente prepararas
otra cosa. Y al siguiente les pones un plato nuevo; si le gusta y se lo come,
estupendo. Si no, puedes sacar lo que tenías guardado de hace un par de días.
No tengáis miedo de estar consintiéndoles ni malcriándoles, pensad que
educarles el gusto, es como enseñarles las vocales; hay que hacerlo jugando,
con paciencia y mimo. Esto no quiere decir que lo puedan dejar todo ni hacer lo
que quieran.
En mi caso, los platos nuevos son
los que se pueden cambiar. Si ya los han comido (comido, no probado) antes y no
los quieren terminar no les obligo ni me enfado. Se lo retiro y les pongo el
resto del menú. No se lo cambio ni les pongo más cantidad de lo demás. Si se
quedan con hambre tomarán más alimentos en la siguiente comida. Los que han
rechazado una vez se los pongo pasados unos días, cuando lo hayan olvidado, y
preparados de otra forma. Por ejemplo, la primera vez que le puse coliflor
cocida a Silvia me la rechazó, así que la siguiente vez se la puse en cremita y
me pasó igual que con los champiñones, que le encantó. Parece que era la
textura lo que no le hacía gracia. Después de varias veces en crema, le puse la
coliflor muy cocida, con tomate y bechamel, gratinada al horno. Y también la
aceptó. Ahora la toma de cualquier forma.
Tranquilos, el que la sigue la
consigue. Con Sergio nos pasa con muchos alimentos. Los más llamativos
últimamente fueron el tomate, que aborrecía y a base de probarlo ahora es él
quien lo pide. Pero más reciente fue la sandía. Lleva probándola todo el
verano. Cada vez que comemos sandía él coge un trozo e inevitablemente pone
cara de asco y lo echa. Bueno, lo hacía, porque hace una semana de repente,
cogió un trozo del plato de su hermana y se terminó lo que quedaba de rodaja.
Ahora la devora.
Todo el mundo me decía la suerte que
tenía de que Silvia comiese bien y yo lo creía hasta que tuve a Sergio. No digo
que no haya niños que sean mal comedores o una pesadilla para dormir, pero creo
que con las estrategias adecuadas todo se puede conseguir. La primera vez que
Silvia vio los calamares en su tinta, dijo “uaggg, qué asco”. En lugar de
enfadarme o reprenderla, le confirmé: “es cierto, qué asco, ¿eh? Son negros,
como el chocolate…” y ya le cambió la cara y se los comió. La primera vez que
puse judías verdes, Sergio las escupió directamente; aún no se las come. Silvia
dijo que no le gustaban, pero se las comió; sin recriminaciones ni presiones,
simplemente decía que no le gustaban, pero que se las comía. Y así lo hizo. Al
día siguiente les puse otra comida y yo repetí judías para terminarlas. Me
pidió permiso para probarlas y se comió la mitad de mi plato.
Con algunos alimentos que sé que no
les gustan y no encuentro otra forma de prepararlos, los pongo en el centro de
la mesa para picar. Por ejemplo, el pepino. No les gusta nada a ninguno de los
dos. Pero hace dos días lo puse partido con mandolina, finito, finito en el
centro de la mesa y los dos cogieron un trozo. Sergio lo sacó rápidamente de la
boca, aunque lo volvió a intentar otras dos veces. Silvia ya no se saca la
comida de la boca; sabe que hay que masticarlo y tragarlo y, si no le gusta,
pues no repite. Le dije que estaba muy orgullosa de que lo hubiese probado
porque probar las cosas es la única manera de saber si nos gustan, que es lo
que les digo siempre. Y, a continuación le dije, jugando con ella, que así tenía
más para mí, que qué rico estaba, qué fresquito… Y a cuenta de “robármelo” se
comió otros tres o cuatro trozos más.
Así que, a riesgo de ser repetitiva,
una vez más os vuelvo a recomendar paciencia, paciencia y paciencia. Es más
fácil hacerse acopio de ella si intentamos verlos con los mismos ojos llenos de
cariño, sorpresa y amor incondicional que la primera vez que nos pusieron a
nuestros hijos en brazos. Si éramos capaces de pasarnos la noche en vela
haciéndole masajes en la tripa cuando tenía cólicos o simplemente mirando cómo
dormía, comprobando que respiraba, cantándole nanas cuando estaba intranquilo…
Si sonreíamos al cambiarle el pañal y nos llena de orgullo la primera vez que
consiguen usar el orinal…Si le preparábamos encantados la papilla de frutas y
el puré de verdura y nos dejó realmente alucinados la primera vez que
identificó una vocal… Tomaros la compostura en la mesa y la apreciación de los
sabores como una tarea igual de gratificante a largo plazo. No tenéis ni idea
de la inmensa felicidad que sentí cuando Sergio se terminó el plato de sandía.
No era por la sandía en sí, sino porque dio un paso más, tan importante como
cualquier otro. Y, también, he de reconocerlo, porque comprobé de forma más
fehaciente que hasta ese momento, que la teoría de probar algo repetidas veces,
¡funciona!
Es un trabajo difícil, pero el
resultado merece la pena. Y sólo tenemos que encontrar la estrategia adecuada a
cada niño y a cada familia. Espero que las que os he ofrecido os ayuden como a
mí.
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