viernes, 18 de julio de 2014

La inexperiencia es lo que permite a la juventud llevar a cabo lo que la vejez sabe que es de imposible realización. Daniel Anselme

                                                                                                                                     Fuegos artificiales. Eurodisney. 2013


        Y así progresa la humanidad, gracias a soñadores como Julio Verne, que osan ver más allá de lo que es posible. Y todos los niños son grandes aventureros que sólo ven ante ellos un gran arco iris de posibilidades; sin importarles si, al otro lado, hay una olla de oro; lo único que quieren es realizar ese fantástico viaje en el que cada paso es un gran descubrimiento. A veces, por protegerles, les traemos demasiado rápido a nuestra realidad y no debemos olvidar que el mundo es del color del cristal con el que se contempla; es decir, lo que nosotros vemos y vivimos no es lo único posible y, puede, aunque a veces nos cueste reconocerlo, que tampoco sea lo mejor.

        No sé si os habrá pasado a vosotras, pero yo noto una gran diferencia entre mi niña, que es la mayor, y el pequeño; no tanto porque sean de distinto sexo que, aunque me duela admitirlo, alguna diferencia hago sólo por eso; sino porque con la mayor parecía un perrito guardián, atenta a cada paso para que no se cayese, agarrándola cada vez que hacía algo nuevo, impidiendo que escalase o trepase. Bueno, al menos intentándolo, porque hay que admitir que todo no se puede controlar y a la renacuaja le encantaba subirse al sofá y tirarse por el reposabrazos. Aprendí a dejarla cuando ella aprendió a poner los pies antes que la cabeza.

        Son unos cabra-locas, hay que admitirlo, pero es tal la felicidad que se siente viéndolos sorprenderse con cualquier cosa e intentar hacerlo todo que por qué decirles que no pueden ni siquiera intentarlo. Sorpresas te da la vida porque la mayor se lleva casi dos años con el pequeño y éste, en cuestión de psicomotricidad gruesa hace prácticamente lo mismo que su hermana. Y no, no es superdotado, ni su hermana torpe. Es, sencillamente, que yo estoy más cansada y me tengo que ocupar de dos a la vez, así que como no puedo ponerme a modo de habitación acolchada en torno a los dos les doy más libertad y la aprovechan. Y mejoran. Y avanzan, a pesar de nosotros.

        Nosotros lo damos todo por echo y así vemos mermada nuestra capacidad de sorprendernos, pero también de innovar, de experimentar. Mucho me río cada vez que descubren algo. Recuerdo perfectamente la primera vez que les subimos en un ascensor estando ellos de pie. Su carita de sorpresa. Se agarraban la tripita, probablemente con la misma sensación que nosotros en una montaña rusa. Y hace poco, la nena descubrió la sensación de mareo. Empezó a dar vueltas y vueltas en el salón y de repente, miró a mi marido y le dijo: “papá, ¿por qué la casa da vueltas?” jajajajajaj, son un cielo. Y deberíamos intentar que conservasen el mayor tiempo posible todas esas cualidades que les envidiamos cuando tienen menos de tres años y empezamos a criticarles a partir de esa edad. Quizá intentando que se hagan responsables, que maduren, que crezcan y que aprendan a veces nos olvidamos que a la hora de jugar no hay que ser tan estrictos y que dejar volar la imaginación, explorar, hacer un millón de preguntas, e intentar lo imposible no es una tontería, es lo que ayuda a la humanidad a progresar.

        El próximo lunes os contaré una actividad que a mis hijos les encanta, que es muy fácil de hacer y que cuando sus abuelos les vieron jugando no podían creerse lo que, tan pequeños, habían aprendido. Tendemos a coartarles e infravalorarles, así que el reto que os propongo este fin de semana es añadir a la paciencia la tolerancia, aprender a cerrar los ojos y a abrir las manos. Los niños sí se divierten en un museo, si no pretendemos que se pasen el día entero viendo cuadros en el Louvre, claro; pueden jugar en las piscinas desde los 6 meses; andar en bicis de dos ruedas, sin pedales, desde que aprenden a andar; pintar con los dedos, si no nos importa que se manchen, desde bien canijos; y disfrutan haciendo rutas, excursiones, probando restaurantes y comidas nuevas. Sí, de verdad, les gusta hacer todo eso, lo que pasa que unas veces se acaban la comida de golpe y otras le hacen ascos. Y unas veces disfrutan el paseo y otras se aburren y piden cuello. Pero si olvidamos las malas y nos centramos en las buenas, les proporcionaremos muchas más experiencias y ellos aprenderán mucho más, disfrutarán y les ayudaremos más que con mil libros de texto, a desarrollarse como personas.

 








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