Arcoíris saliendo en medio de la granizada del 22 de agosto de 2014 en León
Tener hijos es la mayor felicidad
que puedo imaginar, seguro que vosotros decís lo mismo, pero…¿Qué levante la
mano quién no haya pensado algún día lo feliz que se ha puesto cuando se han
quedado dormidos?
No sé cómo andarán los vuestros o
incluso vosotros. Yo digo que soy tan empática con ellos porque padezco el
síndrome de Peter Pan, aunque crezco, me sigo sintiendo niña en tantos
aspectos… que les entiendo perfectamente.
A medida que se acortan los días y se acerca la vuelta al cole, los tres hemos empezado
a dormir peor y a estar más agitados. Sergio, que no tiene aún los dos añitos,
se ha empezado a morder las uñas y a tirarse de los pelos cuando se pone
nervioso. Y Silvia ha empezado de nuevo con los sustos y a despertarse de
noche pidiendo dormir con nosotros o con su hermano. Y yo, he empezado a tener
pesadillas. Así que andamos agotados y mal humorados. Dormir es una gran
felicidad que hay que disfrutar a diario para poder recuperar fuerzas y estar
descansados. Por eso, ayer decidimos hacer otra excursión a ver si los
agotábamos y funcionó. Hemos dormido como bebés. Hacía tiempo que no descansaba
así de bien y me he levantado con una gran sonrisa en la boca y cargada de
paciencia que derrochar con ellos.
Ayer no empecé así el día ni de
lejos. Ya os digo que llevan una buena temporada poniendo a prueba todo tipo de
límites. Y anteayer fue uno de esos días en los que te sientes la mejor madre
del mundo por poder controlar un sinfín de terroríficas situaciones sin dar un
solo grito, pero que al final del día crees que te está saliendo una úlcera por
soportar tanta tensión. No había sido un día feliz, os lo aseguro, a pesar de
sentirme muy orgullosa de mí misma por intentar reducir sus tensiones y cada
vez que se ponían de pie en el sofá para colgarse de las cortinas o lloraban
por lavarse los dientes o se negaban a recoger antes de las comidas… yo, con
voz calmada, les decía “bájate del sofá, que si te caes te haces daño” o “venga,
campeona, que ya te falta poco y en cuanto a cabes de recoger ya tienes la
comida preparada”. Eso era lo que decía, con una sonrisa de ánimo en la boca,
pero yo había estado ¡45 minutos recogiendo con ellos! Y Silvia seguía tirada
en el sofá, gritando y llorando mientras que a Sergio y a mí ya nos había dado
tiempo a terminar de comer. Así que, os podéis imaginar que, por dentro, ni
estaba calmada ni sonriendo. No resulta nada fácil y no siempre lo conseguimos,
claro. Pero cuando los ves tan nerviosos, alterados y asustadizos te das cuenta
de que esa rebeldía es fruto de su intranquilidad y por mucho que cueste hay
que tragarse el orgullo; que sí, que sí, que también tiene que ver, que cuando
parece que te están tomando el pelo de forma tan descarada y riéndose en tu
cara dan unas ganas de imponerle un gran castigo y demostrarle quién manda en
casa… pero no, en esta casa “comemos huevos” todos (odio eso de “cuando seas
padre comerás huevos”). Y, por supuesto, hay cosas que no se consienten y, si
hace falta castigar, se castiga. Pero también hay que saber mirar más allá, y
cuando están nerviosos, alterados o muy cansados no es el momento de ser más
estrictos, sino firmes, pero considerados.
Esto de ser una gran mamá es súper
duro, por eso no se consigue todo el rato. Así que, sin sentir ninguna
vergüenza, os diré que mi momento feliz de anteayer fue cuando se quedaron
dormidos. Y no es que, después de 1 hora de reloj cantándoles canciones, tras
haberles leído el cuento y arropado varias veces, me quedase ¡por fin!
tranquila. No, no es sólo eso, es que me sentí realmente feliz porque se
durmieron tranquilos, sin llorar, sin nervios, sin sustos; porque tenían una
respiración tranquila y un gesto completamente relajado. Y verles a los dos tan
a gusto, tan tranquilines… “mis dos bebés grandes”, mis niños… El dolor de
estómago y de cabeza, incluso las ganas de llorar hacían imposible ignorar del
todo la tensión sufrida a lo largo del día, pero no sólo me sentí bien conmigo
misma por haberlo conseguido, por no haber gritado, por haber sido firme y
calmada al mismo tiempo; tampoco era sólo la paz de no oír chillidos y lloros
sin motivo aparente (no olvidéis que aunque no lo encontremos justificado,
lloran por algo, quizá sólo porque se sienten mal o porque tratan de llamar la
atención, pero suele haber una razón); sino que me sentí feliz. Siempre se dice
que los dolores del parto se olvidan cuando tienes a tu hijo en brazos. Yo no
creo que sea así, es que cuando le ves la carita te vuelves capaz de andar
sobre brasas por ellos. Y a veces, cuando nos enfadamos nos olvidamos de
mirarles a la cara, de ver esos ojitos llenos de confianza en nosotros. Y
cuando se quedan dormidos, nos relajamos y volvemos a mirarles y volvemos a ver
y sentir lo mismo que aquella primera vez, cuando les vimos y supimos que
nuestra vida había cambiado para siempre, que por fin estaba completa y que no
podríamos haber pedido un regalo mayor. Anteayer fue un día horrible con un
instante de completa felicidad.
Silvia me preguntó la semana pasada
que por qué no estábamos de vacaciones y, la mejor forma que se me ocurrió de
explicárselo, fue decirle que si estuviésemos todo el rato de vacaciones ya no
serían vacaciones, sino… ¡una mudanza! Creo que ocurre lo mismo con la
felicidad. Si todo el tiempo estuviésemos completamente felices, olvidaríamos
que lo somos y aún querríamos más. Por eso, debemos centrarnos en nuestros
momentos felices. Recuerdo una clase de inglés, hace ya unos cuantos años, en
la que nos pidieron que anotásemos 5 recuerdos importantes de nuestra vida.
Cuando terminamos tuvimos que leerlo y resultó que era una especie de juego
para saber quién era optimista o pesimista; obviamente sin ninguna base
científica. Al parecer, yo pertenecía al primer grupo porque mis 5 respuestas eran
momentos buenos de mi vida. He sufrido importantes pérdidas y
momentos realmente malos, pero nunca he sido de las que huyen de sus recuerdos.
No pretendo darme auto bombo, cada uno supera las cosas a su manera y yo
necesito los recuerdos. ¿Os acordáis cuando en el colegio jugábamos a “qué te
llevarías a una isla desierta”? Mis dos primeras cosas siempre eran fotos y
música. Si algún día me encuentro especialmente triste o bajuca de ánimo, sé
que me falta música, pongo la radio o un CD o una cinta; sí, soy de las que
todavía usan cintas, aunque ya las estoy pasando a discos, gracias a una
aplicación del ordenador (me estoy volviendo una adicta de la tecnología,
jejejejej, qué útil es) y problema resuelto. Supongo que todo se transmite,
porque a mis hijos les vuelve locos cantar y bailar. Necesito los recuerdos y
normalmente los momentos malos lo son porque has perdido algo muy bueno de tu
vida, como un ser querido. En esos casos, no olvidas, nunca olvidas, pero te
han dado tantos ratos de cosas buenas que parece imposible centrarse en lo
único malo que les acompaña, que es su pérdida.
Yo necesito los recuerdos, porque
son instantes de mi vida que me han hecho ser como soy y me han llevado a
conseguir lo más importante que tengo, que es mi familia. No hay una felicidad
absoluta, pero hay tantos momentos felices que resulta mucho más fácil
centrarse en estos que en el resto.
No os preocupéis por ser felices,
sino por procuraros tantos momentos de felicidad como podáis: cuando veis
vuestra serie favorita, o esa película que siempre os pone de buen humor;
cuando os sumergís en un libro nuevo o le leeis a vuestros hijos ese que
recuerdas con tanto cariño de cuando eras niña; cuando jugáis con ellos a la
pelota o le habláis de la próxima excursión o vacaciones que vais a hacer con
ellos; cuando le oís decir “mamá” por primera vez; su primera sonrisa, sus
primeros pasos con sus pequeños bracitos extendidos hacia ti con la confianza
de que nunca le fallarás, y de que si se balancea le agarrarás a tiempo antes
de que se caiga… tenéis todo el fin de semana para llenar de momentos felices:
en el parque, en la piscina, en la playa, en la montaña, montando en bici o en
triciclo… Y no olvidéis que se les puede hacer muuuuy felices compartiendo
nuestros gustos. Los niños se pueden acoplar a casi todos los estilos de vida:
ya tenéis carritos preparados para hacer footing, por no hablar de lo que les
gusta correr cuando les ofrecéis un buen estímulo como el “pilla-pilla”. Son
grandes lectores, así que si os apetece leer un ratito sólo tenéis que
ofrecerles un buen libro adecuado a su edad…Compartid con ellos vuestras
aficiones y llenad vuestros días de pequeños instantes de felicidad.