Creo firmemente en la importancia de
inculcar buenos hábitos en nuestros hijos. Muchas veces nos quejamos de que son
desordenados, cabezones, de sus rabietas cuando están cansados… pero no siempre
empleamos el tiempo necesario en moldear sus hábitos. De todos es sabido que
los niños se fijan en lo que hacemos, no en lo que decimos, pero es mucho más
fácil decirles qué es lo correcto que hacerlo nosotros. Nadie pretende que
cambiemos todos nuestros hábitos, pero deberíamos moldearlos todo lo posible
para que se aproximen a la clase de persona que queremos ser y especialmente a
la clase de persona que queremos que nuestros hijos sean.
Hay infinidad de rutinas que les
podemos enseñar desde que son muy pequeños para que aprendan a ser ordenados,
constantes y responsables. Independientemente de si tienen un carácter
inquieto, de si son unos “trastos” o les encanta tirarlo todo al suelo, con
nuestra ayuda podemos dar forma a ese lienzo en blanco que son nuestros hijos y
enseñarles a tener una conducta adecuada, que limará su carácter. No se trata
de controlarlos ni pretendemos cambiarlos, pero de igual modo que les enseñamos
el lenguaje, tan necesario para pensar, a veces nos olvidamos de que una rutina
sana es igual de importante para tener una vida plena y satisfactoria. Podemos
ayudarle en sus estudios, aunque no hacerle más inteligente. Del mismo modo, no
vamos a cambiar su personalidad, pero sí podemos ayudarle a tener hábitos
saludables.
Los niños son como pequeños monitos
que imitan todo cuanto tienen a su alrededor, especialmente a sus padres, a los
que adoran, y no digamos ya a sus hermanos mayores. Por ello, es muy importante
que nos vean hacer todo aquello que consideremos importante que ellos hagan el
día de mañana. Mantener una rutina es fundamental, pero a veces olvidamos que
esto no se ciñe a horarios y clases, sino a lavarse las manos SIEMPRE antes de
comer y los dientes, después; a guardar los zapatos en el zapatero y el abrigo
en el perchero nada más llegar a casa; a pedir las cosas por favor y dar las
gracias; a poner y quitar la mesa; a que recojan sus juguetes… y todo esto no
tiene por qué ser un drama. Nosotros compramos un perchero infantil porque al
llegar a casa nuestra niña intentaba colgar el abrigo, como hacíamos nosotros
y, claro, no llegaba. Ahora los dos cuelgan sus abrigos. Al peque, de año y
medio, aún hay que ayudarle, pero va interiorizando la rutina. Y, de hecho,
desde que ha llegado el calor, es él el que antes de salir se toca la cabeza y
dice “goga” (gorra), si nos hemos olvidado de cogérsela. Y se va directamente
al perchero a por ella.
La primera vez que guardó los
zapatos en el zapatero montamos una fiesta, le aplaudimos, le llamamos campeón…
nunca hemos tenido que pedírselo. Tampoco hizo falta decirle que recogiese su
plato después de comer porque lo pedía al ver a su hermana. Y eso que aún es
tan canijo que tenemos que acompañarle porque no llega y tenemos que cogerle un
poco y elevarle para que él lo suelte ya dentro del fregadero.
Recuerdo perfectamente una etapa
cansada, de esas en las que a penas te dejan dormir por las noches y no paran
durante el día en que abusaba de la televisión; me horrorizaba pensar las horas
que estaba encendida en casa, así que me propuse hacer descansos con libros y
apagar el aparato. Qué recuerdos de aquel anuncio en el que aparecía un padre
leyendo un periódico en un sofá y su hija se ponía al lado con un libro, porque
eso es exactamente lo que pasó, que mi hija no me pidió el mando ni señaló la
tele, sino que se fue directamente a por un libro y se sentó a mi lado.
Se dice que los niños son cada vez
más sedentarios, pero seamos sinceros, ¿a qué niño no le gusta jugar con sus
padres? ¿Y cuántos niños rechazan una tarde en la piscina con sus amigos? Puede
que tengamos que ser nosotros los que los llevemos en bici al parque, de
excursión a un río o celebremos el cumpleaños en un parque de bolas, en lugar
de en un MC Donalds. Creo que muchas veces los sedentarios y con malos hábitos
somos los padres, no nuestros hijos. Al menos en mi caso, si la televisión está
encendida y les digo a los peques que me voy a
la calle, no tardan ni un segundo en saltar del sofá al zapatero.
Así que si queremos niños sanos,
educados y ordenados sólo tenemos que aprender a pasar nuestro tiempo libre con
ellos en la calle, a comer todos juntos de forma adecuada, a hacer la cama al
levantarnos, dejar cada cosa en su sitio… “sólo”. Sé que es muy difícil y que
hay mil excusas válidas para saltarse cada uno de ellas, pero como hace un par
de días dijo el director del colegio de mi niña en la reunión de bienvenida,
“no pasa nada porque falten un día al colegio, pero en realidad sí pasa por el
mensaje que les estamos transmitiendo”. Esto es cierto; ¿difícil de conseguir
cada día durante todo el día? Mucho, pero creo que es el ideal al que tenemos
que aspirar. Espero que paséis un gran fin de semana con vuestros niños y que
los afortunados que no trabajéis les podáis llevar a la playa: nada mejor que
pasear por la arena para formar correctamente la planta de los pies y jugar con
ella para desarrollar la motricidad fina; y saltar las olas para hacer
ejercicio y mejorar el equilibrio. Los que, como yo, no tengáis ninguna cerca,
recordad que siempre hay algo divertido que hacer en el exterior: un río, un
lago, un paseo en bici o triciclo, el parque, coger flores, saltar a la cuerda,
tirarse una pelota hinchable (no hace daño y es más fácil de coger que las
pelotas normales; y no explota como los globos)… y cuando estén completamente
agotados, un bañito en la bañera, aprendiendo a enjabonarse y secarse y un buen
libro antes de dormir.
Totalmente de acuerdo nuestro cansancio y comodidad entorpece en los buenos y sanos hábitos de los que luego nos quejamos cuando nuestros hijos carecen de ellos.
ResponderEliminarGracias por tantas reflexiones
Gracias a vosotros por apreciarlas. A veces olvidamos lo importante que es enseñar a nuestros hijos a superar su cansancio y a posponer sus ganas de jugar hasta que hayan terminado sus tareas. Porque es más cómodo recoger la mesa, que ayudarles a hacerlo ellos mismos. Recordemos ser buenos modelos o, al menos, más indulgentes cuando les veamos en un mal día o realmente agotados; siempre que estos sean los excepcionales, para que no se conviertan en malos hábitos
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