Juego de niños +
sillón cuenta cuentos + cama improvisada = Perfecta inversión
1. Juego de
niños: Mis hijos de 2 y 4 años se lo pasan en grande lanzándose hacia él y
dejándose caer por el otro extremo. Juegan juntos, se divierten y se ríen un
montón, esperan su turno, comparten, hacen ejercicio y nunca se cansan de él,
¿qué más se le puede pedir?
2. Sillón cuenta
cuentos: Se amolda a cualquier persona, se puede arrastrar con una mano sin
arañar el suelo, es ligero y fácil de trasladar de una habitación a otra.
3. Cama
improvisada: Lo sé, parece una locura y nada confortable, pero os aseguro que
cuando la mayor se despierta por la noche y tengo que quedarme con ella un rato
en su habitación es una estupenda solución.
Como dice mi suegra, el que guarda,
haya; y yo soy de las que lo guarda casi todo. Por suerte, desde que tengo a
mis niños, me he decidido a ir tirando las cosas innecesarias, las mías, porque
de las suyas guardo hasta los partes de la guardería. Supongo que acabaré
seleccionando, pero de momento no soy capaz de deshacerme de nada que tenga que
ver con ellos. Y antes de tenerles, nuestros bebés eran nuestros perritos,
Rocky y Chispas. Aún están con nosotros, aunque ya son abueletes. No puedo
negarles nada a ninguno de los cuatro y especialmente Rocky es bastante
escogidito para todo, especialmente comida y cama. En nuestro viaje para
encontrarle un sitio perfecto para descansar acabé comprándole un puff, y no
uno cualquiera, uno de bolitas. Sí, a toro pasado ya sé que fue un grandísimo
error. El pobre perrín no quería ni mirarlo y cuando le subía encima me ponía
una cara de susto… se hundía y no podía salir. Lo limpiamos bien y lo guardamos
con las demás cosas en desuso. Tampoco lo iba a tirar recién comprado, aunque
no sabía qué hacer con él. En el salón no lo quería porque se llenaba de pelos
de los perrines; sí, lo sé, una incongruencia total teniendo en cuenta que lo
había comprado para ellos. Ya os he dicho que no lo pensé muy bien. Y en la
habitación no pinta nada.
Hace cosa de un año, más o menos, se lo
di a mis hijos para jugar. Gran error. Eran muy pequeños, estaban como motos y
se dieron un montón de coscorrones. Así que de vuelta otra vez al trastero.
Para los que me leéis por primera vez,
debéis saber que mi política educativa se basa en el cariño y la comprensión,
en los tratos y en buscar trucos que funcionen con los niños. Y que nadie me
mal interprete, porque creo en la disciplina y en la rutina, pero me parece que
hay muchas formas de aplicarla y creo que a los niños se les puede explicar las
cosas. Pienso que hay que tratarles como queremos que nos traten, de la misma
forma que queremos que se comporten en el futuro. A mí, de momento, me va muy
bien.
Por la noche, por ejemplo, tenemos una
rutina: les leo un cuento en inglés y sin preguntas. Llegué a la conclusión de
que era un error porque interrumpían constantemente para alargar la hora de
dormir, como cuando piden agua o ir al baño o besos, varias veces. Y después
les canto canciones hasta que se duermen. Pero toda rutina es adaptable y
depende mucho de cómo les vea. Ahora que son un poco mayores, 2 y 4 años,
cuando les veo tranquilos, en lugar de quedarme con ellos en una de sus
habitaciones, les acuesto a cada uno en su cama, les tapo, les digo que les
quiero más que a nada en el mundo entero, les apago la luz y me voy al pasillo.
La primera vez que lo hice me encontré con que no tenía ninguna silla práctica
a mano y recuperé el puff. Ahora, cada vez que les veo con un buen estado de
ánimo, me siento ahí con la luz del pasillo encendida, les cuento el cuento y
les canto canciones hasta que se quedan fritos.
Pero no siempre tienen el mismo ánimo,
igual que nos pasa a los adultos. A veces, incluso a los médicos, se les olvida
que los niños son personas, con menos años, pero los mismos sentimientos y
diferencias. No podemos intentar encajarlos en una tabla; los datos nos tienen
que servir sólo de referencia. Si veo que Silvia está muy mimosa, nos vamos los
tres a la habitación de Sergio. Él se acuesta en su cama y Silvia y yo en el
colchón que pusimos a su lado por si se caía (sí, lo sé, soy una exagerada
porque no pasa nada porque un niño se caiga de una cama, especialmente de una
pequeña, pero qué queréis que os diga, así duermo más tranquila). Así puedo
acariciarla hasta que se duerme y al sentirme cerca se queda tranquila; y
cuando se duerme la llevo a su cama.
Pero si es Sergio el que está
especialmente mimoso nos vamos a la habitación de Silvia. Ella se acuesta en su
cama y yo cojo el puff y lo pongo a su lado. Sergio se me tumba encima hasta
que se duerme y lo llevo a su habitación. Silvia ya es muy mayor para tener un
colchón en el suelo de su cuarto, el puff le pega más porque es un elemento de
juego que además ocupa mucho menos espacio. Tenemos la mecedora que compramos
cuando estaba embarazada del peque, pero ya son muy grandes y no estamos
cómodos juntos en ella. En cambio, en el puff, que es de bolitas, nos podemos
amoldar perfectamente porque vamos haciéndonos hueco y se adapta a nuestra
forma.
Lo mismo ocurre por las noches. Cuando
Sergio se despierta porque está malo o intranquilo, y me necesita, tengo el
colchón para tumbarme junto a él. Ya os he explicado la política educativa en
la que creo; a mí no me parece justo dejar a un niño llorando por la noche
porque pienso que si lo hace es por alguna razón, aunque sólo sean mimos, me da
igual. Pero reconozco que con dos niños tan pequeños y tan seguidos, estas
noches se repiten y llega un momento en el que uno tiene que descansar. En el
colchón me tumbo y me relajo porque sé que me puedo dormir sin problemas.
Si es Silvia la que me reclama por la
noche, en lugar de quedarme de pie o sentada en el suelo, me cojo el puff, lo
pongo junto a su cama, me siento y me voy moviendo hasta que se adapta a mi
forma tumbada. No es tan grande, así que los pies los pongo junto a los suyos
en su cama. Ella se queda tranquila y si me duermo no me levanto destrozada;
algo que me sorprende hasta a mí que siempre ando con problemas de espalda.
Así que después de estos años guardado
cogiendo polvo, de repente, el puff se ha convertido en un utensilio súper
útil, con el que mis hijos disfrutan un montón de día y que de noche me viene
fenomenal. Es una de esas compras que realmente me ha sorprendido y que sin
duda amortizamos cada día. ¿Y vosotros? ¿Tenéis alguna cosa que os haya servido
para algo totalmente diferente al uso para el que lo habíais comprado?
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