jueves, 11 de diciembre de 2014

Esperar una felicidad demasiado grande es un obstáculo para la felicidad. Bernard De Le Bouvier Fontenelle


               

 

        Me encanta esta frase porque muchas veces me doy cuenta de que estoy pensando en las vacaciones de Navidad, en Carnavales o simplemente en el fin de semana para hacer cosas en familia. Y en esas ocasiones, sobre todo últimamente, que veo lo rápido que pasa el tiempo reflejado en el vertiginoso crecimiento de mis niños, cambio mi forma de pensar y hago planes para el día a día. Es increíble la velocidad a la que vivimos. Entre el colegio, las extraescolares, que cada vez nos parecen más importantes a edades más tempranas, los desplazamientos y acostarles temprano porque literalmente no pueden más, parece que no queda tiempo para disfrutar. A veces nos subimos al carro de las prisas y olvidamos que la vida es un transcurrir de increíbles instantes que dejamos pasar esperando esa gran sorpresa, esas vacaciones soñadas o ese estupendo fin de semana. Lo deseamos con tanta fuerza que cuando llega suele decepcionarnos o, peor aún, acabamos incluso enfadados con los que nos rodean porque no cumplen las expectativas que habíamos puesto en esos momentos. Esto nos pasa a casi todos y, como somos humanos, tropezamos en esta misma piedra varias veces. Lo bueno es intentar arreglarlo cada vez que nos damos cuenta y, he de reconocer, que estoy muy feliz con esta nueva filosofía de vida a la que me cuesta muy poquito adaptarme gracias a las energías y el cariño que transmiten los peques.

        Cada día me levanto una hora antes de lo que se suelen despertar ellos. Lejos de ponerme de mal humor por “perder” 60 minutos de sueño pienso en lo bien aprovechados que están; no por la cantidad de tareas que hago, aunque eso tampoco está mal, sino, sobre todo porque cuando les toca levantarse a las fieras yo ya estoy completamente despejada y cargada de optimismo para enfrentame a cualquier cosa. Así les recibo o les despierto, según lo que toque, con el desayuno preparado: A nosotros nos encanta quedarnos en un hotel porque nos lo dan todo hecho, y a ellos, también. De hecho, el otro día le expliqué a Silvia que su papá no iba a cenar con nosotros porque tenía una cena con unos compañeros de trabajo. Y cuando le vio le dijo: “papá, yo también quiero ir a un ‘rusturante’”; casi nos desternillamos de la risa (instante de felicidad que no hay que dejar escapar).

        Cada comienzo es una cuesta arriba que hay que dominar. Este año nos enfrentábamos a la primera vez de Sergio en la guardería y al comienzo de Silvia en el colegio, que de por sí, implica muchos cambios. Cuando vimos que la cuesta nunca se acababa decidimos que era hora de cambiar de estrategia. Me pasé una noche en vela (no a propósito, desde luego) dándole vueltas a cómo podíamos empezar mejor el día y cambiar la actitud de todos; en definitiva, cómo podíamos convertir una rutina necesaria en pequeños instantes de felicidad. Al final, decidí probar con “Manecillas”. Recuperé del “baúl de los recuerdos” un reloj, que no tengo ni idea de dónde salió, con manos, piernas y pies, ojos, nariz y boca; le bauticé como “Manecillas”, lo metí dentro de una caja de zapatos y cuando tenía a los niños sentados delante de su desayuno recién puesto les propuse un juego. Su cara de asombro fue agradable, sin duda. Golpearon la caja para que se pudiese abrir y literalmente quedaron perplejos con una gran sonrisa en la boca cuando Manecillas se puso a hablar (sí, era yo). Realmente esa noche sin dormir mereció la pena porque desde entonces el relojito nos saca de muchos apuros y, sobre todo, ayuda a convertir cada día en una sucesión de instantes felices. En el desayuno nos dice la hora que es y a qué hora se termina el tiempo de desayunar. Como son muy pequeños “Manecillas” nos enseña un número (les muestro uno del tapiz de juegos que es un puzzle de números de goma eva) y ellos tienen que pegar una pegatina (un gommet en forma de triángulo) delante de ese número. De esta forma cuando la manecilla pequeña está en el número que nos ha dicho (8) y la grande también (6) se acabó la hora de desayunar. De vez en cuando hay que pedirle que no se coma los segundos y los minutos tan rápido porque no nos da tiempo a terminar. Y así ya no estamos gritando: desayunad, venga, vamos… Sino que nos vamos riendo y pidiendo a manecillas un poco más de tiempo, que nunca nos da. Además es un reloj muy juguetón, que cada día nos trae un juego diferente, un libro de números, otro de letras… Incluso nos presenta a sus amigos, como los días de la semana (los tengo escritos en un papel, plastificados y con un poco de velcro por detrás para poder pegarlos en un trozo de fieltro que tenemos frente a la mesa del desayuno). De esta forma practicamos números, letras, horas, días de la semana… y todo mientras jugamos. Esta hora se ha convertido en un maravilloso momento de diversión en familia que además ha pasado a durar 15 minutos menos con lo que nos queda más tiempo después para hacer nuestras tareas (recoger el desayuno, lavarnos los dientes y la cara, vestirnos, peinarnos y echarnos colonia) e incluso jugar un ratito antes del cole.

        El camino a las extraescolares es otro instante nuevo de felicidad, ya que en lugar de ir andando vamos en patinete o en bicicleta, con la condición de que Sergio tiene que ir sentado en su sillita hasta que Silvia entra en la extraescolar. Algo que después de explicárselo y enseñarle el correpasillos con el que iba a poder jugar él después, aceptó de mil amores. Así yo no me estreso por llevar a los dos “motorizados” y ellos van encantados haciendo ejercicio y jugando. Los días que van a inglés, tenemos un ratito antes de empezar que aprovechamos en el parque.

Los días que hace bueno, movemos la mesita de IKEA (gran invento) a la cocina junto a la ventana, para disfrutar del sol y comemos allí: sí, es un poco incómodo para un adulto, pero ver su cara de sorpresa cuando entra en casa y ve donde vamos a comer bien merece la pena. Los viernes les dejo cenar en esa misma mesa viendo dibujos. Y entre semana algún día llamamos a la familia por skype durante la cena; tardan un poco más, pero es un momento de distensión en el que se pueden lucir, desahogar y comentar todas sus novedades con los abuelos, los tíos… y es una medida muy socorrida para los días que tienes menos paciencia porque mientras están entretenidos puedes desconectar un poco.

        Tenemos muchos más recursos de los que pensamos cuando estamos estresados, cansados o bloqueados; por eso en los momentos de relax, como siempre os digo, lo mejor es reflexionar acerca de cómo ha ido el día y pensar en cómo podemos hacerlo mejor al siguiente. A mí, al menos, me está funcionando muy bien. Ahora planeo cada día como si fuesen vacaciones, con la misma ilusión e imaginación. Y los disfrutamos mil veces más. Se nos multiplican los instantes de felicidad y convertimos muchos momentos de tareas, rutinas y obligaciones en un divertimento en familia.

        Pensad en cualquier situación que os agobie a vosotros o a ellos y seguro que podréis encontrar la forma de transformarlo. Incluso la bañera, que puede ser un sitio de batalla, con un poco de paciencia, la podemos conquistar. Antes de subir preparo el cubo con la fregona y el secador de pelo y en lugar de pelearme constantemente con ellos asumo que parte de esa rutina es fregar el suelo del baño y secarles el pelo; así ellos pueden jugar tranquilamente y yo no me enfado ni me desespero.

        Las sorpresas nos gustan a casi todos y los niños son tan fáciles de sorprender… Les agradan y les despistan al mismo tiempo, es como cuando en medio de un berrinche finges que te enfadas tú también y entonces se echan a reír. Es así de sencillo con ellos, y no necesitan grandes gestos para romper la rutina de la semana, con cambiar el sitio donde comen un día o permitirles ir en bici al parque o hacer una guerra de almohadas un día antes de dormir ya les has conquistado. Intentadlo, tratad de poneros en su lugar, de ver qué les molesta, qué echan de menos y, en la medida de lo posible, acercar vuestros puntos de vista para que vuestra felicidad no dependa de la llegada del viernes. Porque los niños madrugan igual un sábado que un martes. Y si entre semana están tan cansados que les tenéis que despertar y esto supone un berrinche, intentad que tengan tiempo para dormir la siesta, que acaben su rutina un poco antes por la noche para dormirse más temprano y, por la mañana, en lugar de dejarles dormir 10 minutos más levantarles con tiempo suficiente para despertarles con cariño y mimos, para que puedan despejarse con tranquilidad y no tengan que desayunar corriendo. Empezar bien el día es importante y si queremos ser felices podemos empezar por poner una sonrisa y un juego en nuestra vida. Espero que paséis un gran fin de semana lleno de emociones y plagado de instantes de felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comparte tus opiniones con nosotros