Y así pasa con los niños. Que a veces nos parezcan “difíciles”, sobre todo, cuando son muy pequeños, puede ser una señal de que lo estamos haciendo bien. Si les educamos para que aprendan a pensar por sí mismos, a tener ideas propias, a debatir… lo más probable es que no les baste cuando un día les digamos “Tienes que hacer esto porque sí”. Por supuesto que hay veces en la vida que hay que aceptar esto. Será otra lección que tendrán que aprender, cuándo se puede debatir y cuándo hay que acatar las normas.
En
casa, la peque asombró a todos desde antes de aprender a hablar con su
insistencia en “negociar”. Cuando apenas entendía las palabras y se cogía una
rabieta, (que sí, que intente salirse con la suya con picardía no quiere decir
que no tenga rabietas) yo me sentaba o me ponía en cuclillas, para estar a su
altura; la miraba y le decía que íbamos a hablar, y negociábamos. Por ejemplo,
si el berrinche era porque no quería cambiarse el pañal la miraba en el
cambiador, la agarraba fuerte de los brazos, sin apretar, sólo para calmarla y
le decía con pocas palabras lo que quería: “Tranquila, peque, mamá está aquí.
Te quiero. Te voy a cambiar el pañal para que no te duela. Cuando acabe,
jugamos”. No siempre sale bien a la primera, pero se les va quedando la
técnica. Antes de cumplir 2 años ya intentaba convencer a los abuelos para
llevarles a su terreno. Ahora, que está cerca de los 4, va aumentando su
picardía y tiene salidas como ésta:
-mamá, ¿me das chocolate?
– No, que hoy ya has comido muchas
chuches
- Vale (gran cara de
sorpresa)
- La medicina, mamá
- Toma
- Qué mal me ha sabido,
¿me das algo (léase chocolate, claro) para quitar el sabor?) (cara de perrito
abandonad)
- Jajajaja, me dio la risa, cómo no
dárselo.
Pero como he dicho, esta vena
negociadora tiene su parte complicada. Ahora que ha empezado el colegio le ha
costado un par de encuentros con la profesora para darse cuenta de que a veces
hay que respetar las normas, aunque no se esté de acuerdo con ellas. Es
habladora como su madre, habla hasta mientras intento cepillarle los dientes.
Así que aguantar toda la clase sin charlar con sus compañeros le cuesta un
triunfo. La castigaron por esta razón. Y en lugar de aceptar el castigo, se dio
la vuelta y contestó a la profesora que ella era “una mayor”. ¿Lo bueno? Que lo
volví a hablar con ella, como siempre (al menos, como siempre que no estamos
cansadas, claro) y llegamos a un acuerdo. Callarse durante tanto tiempo es un
gran esfuerzo, así que si lo conseguía le iba a dar una recompensa. Cada día
llegaba a casa diciendo “mamá, hoy no me ha reñido la profe, ¿qué sorpresa me
vas a dar?” No la vamos a colmar de regalos, pero, en esta ocasión, aproveché
la situación: un día, el Belén que el que teníamos tenía piezas demasiado
pequeñas para ellos, así que compramos uno de Little People para niños de 1 a 5
años. Es genial, juegan con el un montón. Otro día, el disfraz de Mamá Noel
para la postal navideña de este año… Sigue pidiendo sorpresas, pero ya le
expliqué que como ya era tan mayor que había sido capaz de aprender tan rápido
que no había que contestar a la profesora ya no hacía falta darle regalos todos
los días, pero si conseguía estar toda la semana sin estar castigada tendría un
premio, como quedar con sus amigas para ir al parque.
Con Sergio pasa algo parecido, aunque
tiene un carácter distinto y nos está costando un poco más. Desde siempre,
cuando se enfada lanza cosas, lo que es especialmente frustrante cuando lo que
arroja es la comida recién puesta. Así que sí, al principio, cuando me pillaba
con poca paciencia, en uno de esos arrebatos se llevó un azote en el culo.
Pero, gran sorpresa, empezó a pegarse también a sí mismo. Así que, a partir de
ese momento, cuando se enfada le abrazo muy fuerte hasta que se calma. Y luego
intento hacerle comprender. En esto, como en muchas otras cosas, he seguido, lo
mejor que he sabido, los consejos de Rocío Ramos-Paul en su libro “Niños
desobedientes, padres desesperados”, que me parece el mejor manual para padres
del mundo. Le digo que recoja lo que ha tirado, le pongo otra ración y, si la
vuelve a tirar, seamos sinceros, me marcho un momento de la habitación para respirar
hondo, pegar un grito en un cojín o llorar, según sea mi estado de ánimo. Y
vuelvo a repetir la operación lo más calmada de lo que soy capaz. Pero tengo
que reconocer que cada día tira menos cosas y tiene menos berrinches. Y su
capacidad de negociar va aumentando, lentamente, pero notamos los progresos.
Aún no sabe proponer, pero va aceptando lo que le sugerimos. Por ejemplo,
cuando vamos a subir al coche y quiere llevar su sillita de muñecos con él le
propusimos que lo guardase él mismo en el maletero para cuando llegásemos al
parque y, mientras tanto, le dejaríamos un cochecito. Pone un poquito de cara
de pena y dice “Vaaaaleeeee”.
Cuesta mucho, pero merece la pena. Es
como dejarles que hagan solos las cosas cuando quieren, pero no están realmente
preparados. Se tiran más de lo que comen las primeras veces que usan los
cubiertos o un vaso; tardan el doble que nosotros en vestirse, en entrar en el
coche… Pero, si en lugar de desesperarnos, anticipamos ese “tiempo perdido”
pasará a ser un importante “tiempo de aprendizaje” que a la larga favorecerá a
toda la familia. ¿Por qué enseñarles sólo a ser independientes, si también
podemos conseguir que aprendan a pensar por sí mismos y a razonar y a defender
su postura?
Espero
que paséis un gran puente lleno de aventuras, de excursiones, de juegos y de
momentos desesperantes de los que aprender en familia.
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