¿Qué
mejor para este comienzo de otoño tan veraniego que pasar la tarde en el
parque? A veces nos da pereza salir con los peques porque pensamos que la van a
liar, que va a ser muy aburrido o que nos van a dar taquicardias cuando se
suban a lo alto del tobogán. Mucha gente nos ha dicho lo “valientes” que somos
por lanzarnos a viajes como el de Disney con un bebé de 11 meses y otra de 3
años, pero como les digo siempre, los niños son los mismos dentro de casa que
fuera. Es cierto que cuando estamos en la calle, especialmente si va una sola
persona con más de un niño, es más fácil que nos agobiemos pensando en los
peligros. Con un niño por adulto la situación se controla mucho más fácilmente,
pero en cualquier caso podemos encontrar la forma de que funcione. Lo mejor es
encontrar un sitio en el que nos sintamos seguros, como el parque que está
justo a la vuelta de la esquina, el que está vallado, una cala sin olas, un
jardín sin tráfico alrededor o incluso el pueblo donde viven los abuelos.
El
parque suele ser el sitio favorito de los niños para pasar la tarde y una
auténtica tortura para los adultos porque nos aburrimos sin nadie con quien
conversar, porque es una tensión constante estar viendo cómo están apunto de
caerse, por no mencionar la llegada del típico niño con la mano demasiado
larga. Miramos el reloj cada 5 minutos y las agujas ni se mueven; y la puerta,
cada pocos segundos, a ver si llega alguna otra mamá o papá con el que poder intercambiar
un par de palabras. Y solemos terminar de mal humor y pagándolo con un par de
gritos a los niños por cualquier cosa. O con un tirón al hacer un mal gesto al
sujetarle porque casi se estampa.
Esto
puede cambiar, de verdad, las cosas se pueden adaptar. Yo me cansé de estar
deseando volver a casa, sobre todo, porque en el fondo quería que les diese el
aire a los niños, que jugasen, que hiciesen ejercicio… Así que decidí
divertirme con ellos.
Antes
de salir les recuerdo que si desaparecen de mi vista nos volvemos a casa. Al llegar,
les repito que en la “casita”, si no está papá, no se pueden subir. Es una
especie de cabañita de madera que tiene 3 salidas; imposible, estando sola
controlarlas todas. Los niños suben por las escaleritas y pueden decidir ir a
derecha o izquierda para tirarse. Cuando estaba sola Silvia sí que la dejaba;
era bastante fiable y obediente con estas cosas. Pero Sergio basta que le digas
que vaya para un lado para que salga corriendo en dirección contraria y después
de un par de sustos decidí que el parque no se podía convertir en un campo de
tortura para mí y puse ciertas reglas. Las más importantes son las dos que os
he mencionado porque consiguen que yo me sienta tranquila y que ellos eviten el
mayor peligro. Y, por supuesto, las cumplo a rajatabla. La casita NO se pisa y
si se alejan y desaparecen de mi vista sin gritos ni aspavientos les agarro de
la mano y nos volvemos a casa, aunque acabemos de llegar.
Después,
tenemos varias zonas diferenciadas. Mi favorita es la de los columpios, es la
más segura. Siento a Sergio en el de bebés y Silvia, este año, ha aprendido a
columpiarse sola. Y mientras van arriba y abajo hablo con ellos como si fuesen
adultos, desde bien pequeños:
- ¡uau, qué alto váis! ¿Cómo los pájaros?
- ¡Nooooo! Como los aviones - Contesta Silvia
- Ala, ¿y a dónde vas en avión?
- ¡¡¡¡¡A Disney!!!!
Empezamos este juego el año pasado,
cuando, de verdad, nos íbamos a Disney. Soy bastante nula en cuanto a la
ubicación espacial y la geografía se me da fatal, así que me obsesiona bastante
el asunto. Recuerdo que cuando nos llevaron de pequeñas, mi padre nos hizo
aprendernos cuántos Disney había y ubicarlos en una bola del mundo. No lo
recuerdo como un trabajo forzado, sino como parte de la organización del viaje.
A día de hoy me sigue encantando disfrutar de los preparativos de cada evento:
una excursión, una fiesta de cumpleaños, un viaje… Mi boda la preparé durante
un año y disfruté de cada minuto. Con esa enseñanza siempre presente procuro
introducir tantos juegos de este tipo como se me ocurren; seguro que recordáis
el post sobre el mapa de España en el que hacemos una especie de asamblea,
colocando fotos de los familiares, a las que he puesto un velcro por detrás, en
un mapa hecho de fieltro para que se puedan pegar y despegar. En los columpios hacemos
algo parecido. Mientra suben y bajan charlo con ellos sobre otras cosas que
vuelan: los globos, los helicópteros y el ruido que hacen, las cometas…
recordamos cuando volamos una durante el verano, los pájaros… y siempre
llegamos a los aviones. Es el momento de contarles cosas sobre distintos
países, teniendo en cuenta que no tienen ni 4 años ni la mínima idea de lo que
es un país. Pero está bien que les vaya sonando y yo me lo paso genial
charlando con ellos y viendo cómo de vez en cuando te sorprenden acordándose de
un dato que jamás pensaste que les hubiese calado.
Así hablamos de Disney, que está en
París, la capital de Francia, donde preparan un pan riquísimo, que es la comida
favorita de Sergio. O de Dublín, la capital de Irlanda, donde su tía está
estudiando inglés. O de Roma, la capital de Italia, donde tienen los mejores
macarrones y los mejores helados del mundo. Esto último se les queda bien
jejejejej. Después de un tiempo así, empezamos a comentar cómo en España
hablamos español; en Francia, francés; en Roma, italiano; y en Irlanda, inglés,
como en su academia… ¡Y se nos pasa el tiempo volando!
Luego vamos hasta el tobogán. Me pongo
detrás de ellos cuando suben, especialmente del pequeño. Le suelto al llegar
arriba cuando compruebo que ya está sentado y no hay peligro. Y mientras bajan
juego a que soy un túnel poniendo las manos sobre el tobogán para que pasen por
debajo. O les espero abajo donde me los como a cosquillas. Sergio se vuelve
loco, hasta tal punto que cuando llega abajo se tumba y dice “illas”
(cosquillas). Y me muero de risa oyendo sus carcajadas porque no hay mejor
medicina que la risa de un niño. Y otro rato que se pasa muuuuuuuuuuy
agradable.
Cuando
estamos en el balancín repasamos inglés: “up, up, up… down, down, down; up to
the sky, down to the ground”. Los
caballitos tienen un buen muelle, así que me puedo sentar con ellos mientras
relincho e imito el ruido de los cascos de los caballos. Se mueren de risa y yo
estoy entretenida.
Para no mosquearme en el arenero
procuro llevarles con vaqueros y una camiseta vieja. Llevamos los mismos
utensilios que a la playa y es una forma de alargar el verano o, al menos, de
no perder todo su encanto. Hacemos castillos, tartas, túneles, pozos… A mí me
encanta hacer manualidades y la arena me parece muy divertida, así que es un
buen rato en familia al aire libre. Si os acordáis de quitarles los zapatos
para quitar la arena que inevitablemente se les va a meter y de sacudirles un
poco los pantalones os evitaréis un disgusto cuando lleguen a casa y se pongan
las zapatillas.
Otra cosa que les encanta, aunque me
resulte un poco más aburrida y también agotadora es “jugar a los monstruos”. Es
una especie de pilla pilla en el que yo soy el monstruo y tengo que
perseguirles y comerles la tripita o el culete. Tengo que ponerme en forma,
pero es genial ver su carita de susto cuando les pillas desprevenidos y oír sus
risas cuando les coges y les haces cosquillas.
Cada uno debe vivir el parque de la
forma que le resulte más entretenida porque así se puede pasar un rato
agradable, algo que reflejamos en los niños y que ellos nos devuelven con
creces. Aprovechando este veranito que nos ha llegado en pleno otoño hemos
pasado gran parte del fin de semana entre columpios y toboganes y nunca había visto
el polideportivo tan lleno como este sábado. Los papás en el bar viendo el
fútbol y saliendo en el descanso y al terminar el partido a jugar con los chavales
al fútbol. Un buen grupo de mamás estaban en la otra mitad de la pista jugando
a hockey sobre patines en línea con sus hijas. Y en la cancha de frontón un
montón de niños con pelotas.
Porque pasar la tarde en el parque no
tiene por qué ser aburrido. ¿Aún nos gusta dar patadas a un balón, verdad? O
jugar al tenis, al pin pon, al baloncesto… Podemos recuperar juegos de nuestra
infancia que, aunque no sean nuestro entretenimiento favorito nos hacen
participar y el tiempo se pasa más rápido que estando simplemente de observadores;
por no mencionar la cantidad de cosas que nuestros hijos comparten con nosotros
cuando realmente participamos en sus juegos: la gallinita ciega, el escondite
(es genial verles taparse los ojos y esperar que los busques porque si ellos no
te ven tú a ellos tampoco), al corro de la patata… y, a medida que van
creciendo, patinar, saltar la cuerda y la goma (cuántas horas acumuladas de
recreo tratando de saltar la parte más alta con un pino mal hecho)…
Aprovechad para alargar la alegría del
verano con un heladito, o incluso lanzando globos de agua o con una guerra de
pistolas de agua. Ofrecerles comer en plan picnic en el parque, veréis qué cara
de sorpresa y alegría. Los pomperos son otro juego que, vaya usted a saber por
qué, nos entretiene tanto a los mayores como a los pequeños.
Y cuando vamos al parque y hay pocos
niños, me encanta subirme al columpio recordando viejos tiempos. La primera vez
que me subí al tobogán con Silvia en brazos alucinó porque su madre, “una
mayor”, se deslizase por él.
Si habéis decidido pasar la tarde, o el
día, en el parque con ellos, por favor, pasároslo bien, disfrutad del tiempo en
familia para que no se convierta en un trabajo pesado. Los deportistas podéis
compartir estas aficiones con vuestros hijos: llevar una pelota, unos patines o
incluso la bici. Y para los que se nos da peor esto del deporte compartid con
ellos vuestras aficiones e ilusiones porque mientras trepan también pueden
conversar y, si les dais la oportunidad, veréis que pueden ser unos compañeros
de diálogo muy divertidos. Los que compartáis mi afición a la fotografía
pasaréis momentos inolvidables retratando infinidad de instantes graciosos que
os quedarán para el recuerdo.
No lo olvidéis, adaptad sus necesidades
a vuestro estilo personal porque si vosotros disfrutáis ellos lo notarán y
pasaréis un tiempo estupendo en familia. Seguro que os pasáis la semana
deseando llegar a casa para darles un beso y ver su sonrisa. No estropeéis el
tiempo que tenéis con ellos poniéndoos tensos y chillando, ayudarles a
disfrutar de vuestras propias aficiones y el día de mañana tendréis un
compañero de “juego” además de los grandes recuerdos que hayáis acumulado.
Y, si queréis descolocarles del todo y
comenzar de una forma estupenda el lunes, romped la rutina. ¿Por qué es mejor
el verano que el invierno? La mayor parte de los adultos trabajan todo el año.
¿Y por qué es mejor el viernes que el lunes? Al fin y al cabo se madruga igual,
se va al colegio/trabajo y hay que hacer tareas. Así que… ¿por qué no hacer un
lunes algo propio del viernes? Si hace bueno, en lugar de llevarlos a comer a
casa podéis coger unos sándwiches, unas pechugas de pollo o una ensalada de
pasta, y comer juntos en el parque. Recordad que sólo los adultos vemos el
lunes como el día negro de la semana y es mucho mejor dejarnos contagiar de su
alegría que impregnarles con nuestra melancolía. Una de las mejores cosas de
tener hijos es poder ver, de nuevo, la vida a través de sus ojos, llenos de
inocencia, de alegría, de buen humor…
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