domingo, 26 de octubre de 2014

Disfrutando en el parque



        ¿Qué mejor para este comienzo de otoño tan veraniego que pasar la tarde en el parque? A veces nos da pereza salir con los peques porque pensamos que la van a liar, que va a ser muy aburrido o que nos van a dar taquicardias cuando se suban a lo alto del tobogán. Mucha gente nos ha dicho lo “valientes” que somos por lanzarnos a viajes como el de Disney con un bebé de 11 meses y otra de 3 años, pero como les digo siempre, los niños son los mismos dentro de casa que fuera. Es cierto que cuando estamos en la calle, especialmente si va una sola persona con más de un niño, es más fácil que nos agobiemos pensando en los peligros. Con un niño por adulto la situación se controla mucho más fácilmente, pero en cualquier caso podemos encontrar la forma de que funcione. Lo mejor es encontrar un sitio en el que nos sintamos seguros, como el parque que está justo a la vuelta de la esquina, el que está vallado, una cala sin olas, un jardín sin tráfico alrededor o incluso el pueblo donde viven los abuelos.

        El parque suele ser el sitio favorito de los niños para pasar la tarde y una auténtica tortura para los adultos porque nos aburrimos sin nadie con quien conversar, porque es una tensión constante estar viendo cómo están apunto de caerse, por no mencionar la llegada del típico niño con la mano demasiado larga. Miramos el reloj cada 5 minutos y las agujas ni se mueven; y la puerta, cada pocos segundos, a ver si llega alguna otra mamá o papá con el que poder intercambiar un par de palabras. Y solemos terminar de mal humor y pagándolo con un par de gritos a los niños por cualquier cosa. O con un tirón al hacer un mal gesto al sujetarle porque casi se estampa.

        Esto puede cambiar, de verdad, las cosas se pueden adaptar. Yo me cansé de estar deseando volver a casa, sobre todo, porque en el fondo quería que les diese el aire a los niños, que jugasen, que hiciesen ejercicio… Así que decidí divertirme con ellos.

         

        Antes de salir les recuerdo que si desaparecen de mi vista nos volvemos a casa. Al llegar, les repito que en la “casita”, si no está papá, no se pueden subir. Es una especie de cabañita de madera que tiene 3 salidas; imposible, estando sola controlarlas todas. Los niños suben por las escaleritas y pueden decidir ir a derecha o izquierda para tirarse. Cuando estaba sola Silvia sí que la dejaba; era bastante fiable y obediente con estas cosas. Pero Sergio basta que le digas que vaya para un lado para que salga corriendo en dirección contraria y después de un par de sustos decidí que el parque no se podía convertir en un campo de tortura para mí y puse ciertas reglas. Las más importantes son las dos que os he mencionado porque consiguen que yo me sienta tranquila y que ellos eviten el mayor peligro. Y, por supuesto, las cumplo a rajatabla. La casita NO se pisa y si se alejan y desaparecen de mi vista sin gritos ni aspavientos les agarro de la mano y nos volvemos a casa, aunque acabemos de llegar.

   

        Después, tenemos varias zonas diferenciadas. Mi favorita es la de los columpios, es la más segura. Siento a Sergio en el de bebés y Silvia, este año, ha aprendido a columpiarse sola. Y mientras van arriba y abajo hablo con ellos como si fuesen adultos, desde bien pequeños:

  • ¡uau, qué alto váis! ¿Cómo los pájaros?
  • ¡Nooooo! Como los aviones - Contesta Silvia
  • Ala, ¿y a dónde vas en avión?
  • ¡¡¡¡¡A Disney!!!!

        Empezamos este juego el año pasado, cuando, de verdad, nos íbamos a Disney. Soy bastante nula en cuanto a la ubicación espacial y la geografía se me da fatal, así que me obsesiona bastante el asunto. Recuerdo que cuando nos llevaron de pequeñas, mi padre nos hizo aprendernos cuántos Disney había y ubicarlos en una bola del mundo. No lo recuerdo como un trabajo forzado, sino como parte de la organización del viaje. A día de hoy me sigue encantando disfrutar de los preparativos de cada evento: una excursión, una fiesta de cumpleaños, un viaje… Mi boda la preparé durante un año y disfruté de cada minuto. Con esa enseñanza siempre presente procuro introducir tantos juegos de este tipo como se me ocurren; seguro que recordáis el post sobre el mapa de España en el que hacemos una especie de asamblea, colocando fotos de los familiares, a las que he puesto un velcro por detrás, en un mapa hecho de fieltro para que se puedan pegar y despegar. En los columpios hacemos algo parecido. Mientra suben y bajan charlo con ellos sobre otras cosas que vuelan: los globos, los helicópteros y el ruido que hacen, las cometas… recordamos cuando volamos una durante el verano, los pájaros… y siempre llegamos a los aviones. Es el momento de contarles cosas sobre distintos países, teniendo en cuenta que no tienen ni 4 años ni la mínima idea de lo que es un país. Pero está bien que les vaya sonando y yo me lo paso genial charlando con ellos y viendo cómo de vez en cuando te sorprenden acordándose de un dato que jamás pensaste que les hubiese calado.
         Así hablamos de Disney, que está en París, la capital de Francia, donde preparan un pan riquísimo, que es la comida favorita de Sergio. O de Dublín, la capital de Irlanda, donde su tía está estudiando inglés. O de Roma, la capital de Italia, donde tienen los mejores macarrones y los mejores helados del mundo. Esto último se les queda bien jejejejej. Después de un tiempo así, empezamos a comentar cómo en España hablamos español; en Francia, francés; en Roma, italiano; y en Irlanda, inglés, como en su academia… ¡Y se nos pasa el tiempo volando!
   
        Luego vamos hasta el tobogán. Me pongo detrás de ellos cuando suben, especialmente del pequeño. Le suelto al llegar arriba cuando compruebo que ya está sentado y no hay peligro. Y mientras bajan juego a que soy un túnel poniendo las manos sobre el tobogán para que pasen por debajo. O les espero abajo donde me los como a cosquillas. Sergio se vuelve loco, hasta tal punto que cuando llega abajo se tumba y dice “illas” (cosquillas). Y me muero de risa oyendo sus carcajadas porque no hay mejor medicina que la risa de un niño. Y otro rato que se pasa muuuuuuuuuuy agradable.
  
           Cuando estamos en el balancín repasamos inglés: “up, up, up… down, down, down; up to the sky, down to the ground”. Los caballitos tienen un buen muelle, así que me puedo sentar con ellos mientras relincho e imito el ruido de los cascos de los caballos. Se mueren de risa y yo estoy entretenida.
             Para no mosquearme en el arenero procuro llevarles con vaqueros y una camiseta vieja. Llevamos los mismos utensilios que a la playa y es una forma de alargar el verano o, al menos, de no perder todo su encanto. Hacemos castillos, tartas, túneles, pozos… A mí me encanta hacer manualidades y la arena me parece muy divertida, así que es un buen rato en familia al aire libre. Si os acordáis de quitarles los zapatos para quitar la arena que inevitablemente se les va a meter y de sacudirles un poco los pantalones os evitaréis un disgusto cuando lleguen a casa y se pongan las zapatillas.
            Otra cosa que les encanta, aunque me resulte un poco más aburrida y también agotadora es “jugar a los monstruos”. Es una especie de pilla pilla en el que yo soy el monstruo y tengo que perseguirles y comerles la tripita o el culete. Tengo que ponerme en forma, pero es genial ver su carita de susto cuando les pillas desprevenidos y oír sus risas cuando les coges y les haces cosquillas.
 
            Cada uno debe vivir el parque de la forma que le resulte más entretenida porque así se puede pasar un rato agradable, algo que reflejamos en los niños y que ellos nos devuelven con creces. Aprovechando este veranito que nos ha llegado en pleno otoño hemos pasado gran parte del fin de semana entre columpios y toboganes y nunca había visto el polideportivo tan lleno como este sábado. Los papás en el bar viendo el fútbol y saliendo en el descanso y al terminar el partido a jugar con los chavales al fútbol. Un buen grupo de mamás estaban en la otra mitad de la pista jugando a hockey sobre patines en línea con sus hijas. Y en la cancha de frontón un montón de niños con pelotas.
            Porque pasar la tarde en el parque no tiene por qué ser aburrido. ¿Aún nos gusta dar patadas a un balón, verdad? O jugar al tenis, al pin pon, al baloncesto… Podemos recuperar juegos de nuestra infancia que, aunque no sean nuestro entretenimiento favorito nos hacen participar y el tiempo se pasa más rápido que estando simplemente de observadores; por no mencionar la cantidad de cosas que nuestros hijos comparten con nosotros cuando realmente participamos en sus juegos: la gallinita ciega, el escondite (es genial verles taparse los ojos y esperar que los busques porque si ellos no te ven tú a ellos tampoco), al corro de la patata… y, a medida que van creciendo, patinar, saltar la cuerda y la goma (cuántas horas acumuladas de recreo tratando de saltar la parte más alta con un pino mal hecho)…
           Aprovechad para alargar la alegría del verano con un heladito, o incluso lanzando globos de agua o con una guerra de pistolas de agua. Ofrecerles comer en plan picnic en el parque, veréis qué cara de sorpresa y alegría. Los pomperos son otro juego que, vaya usted a saber por qué, nos entretiene tanto a los mayores como a los pequeños.
          Y cuando vamos al parque y hay pocos niños, me encanta subirme al columpio recordando viejos tiempos. La primera vez que me subí al tobogán con Silvia en brazos alucinó porque su madre, “una mayor”, se deslizase por él.
          Si habéis decidido pasar la tarde, o el día, en el parque con ellos, por favor, pasároslo bien, disfrutad del tiempo en familia para que no se convierta en un trabajo pesado. Los deportistas podéis compartir estas aficiones con vuestros hijos: llevar una pelota, unos patines o incluso la bici. Y para los que se nos da peor esto del deporte compartid con ellos vuestras aficiones e ilusiones porque mientras trepan también pueden conversar y, si les dais la oportunidad, veréis que pueden ser unos compañeros de diálogo muy divertidos. Los que compartáis mi afición a la fotografía pasaréis momentos inolvidables retratando infinidad de instantes graciosos que os quedarán para el recuerdo.
           No lo olvidéis, adaptad sus necesidades a vuestro estilo personal porque si vosotros disfrutáis ellos lo notarán y pasaréis un tiempo estupendo en familia. Seguro que os pasáis la semana deseando llegar a casa para darles un beso y ver su sonrisa. No estropeéis el tiempo que tenéis con ellos poniéndoos tensos y chillando, ayudarles a disfrutar de vuestras propias aficiones y el día de mañana tendréis un compañero de “juego” además de los grandes recuerdos que hayáis acumulado.
           Y, si queréis descolocarles del todo y comenzar de una forma estupenda el lunes, romped la rutina. ¿Por qué es mejor el verano que el invierno? La mayor parte de los adultos trabajan todo el año. ¿Y por qué es mejor el viernes que el lunes? Al fin y al cabo se madruga igual, se va al colegio/trabajo y hay que hacer tareas. Así que… ¿por qué no hacer un lunes algo propio del viernes? Si hace bueno, en lugar de llevarlos a comer a casa podéis coger unos sándwiches, unas pechugas de pollo o una ensalada de pasta, y comer juntos en el parque. Recordad que sólo los adultos vemos el lunes como el día negro de la semana y es mucho mejor dejarnos contagiar de su alegría que impregnarles con nuestra melancolía. Una de las mejores cosas de tener hijos es poder ver, de nuevo, la vida a través de sus ojos, llenos de inocencia, de alegría, de buen humor…
 

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