viernes, 3 de octubre de 2014

Si haces una cosa más de una vez, puedes obtener mejores resultados. John Cage



         Silvia, 9 meses. ¿Desordenando? No, aprendiendo a sacar y meter cosas

        ¡Qué gran verdad! A veces es fácil rendirse a la primera cuando no obtenemos los resultados que habíamos previsto. Pero es altamente satisfactorio seguir intentándolo una y otra vez, ver cómo mejoramos y al final… ¡obtenemos lo que habíamos previsto! Y como siempre… ¿sabéis quiénes son unos grandes maestros del asunto? ¡Por supuesto, los niños! No conocen el significado de la palabra derrota, no pasan vergüenza y no se rinden. Y… ¿sabéis qué es lo mejor? ¡Que todos hemos sido niños! Sí, nosotros también nos esforzamos hasta lograr grandes objetivos, sostener la cabeza tumbados boca abajo, gatear, andar, hablar… ¿Acaso no nos sorprenden nuestros hijos cada vez que conquistan uno de estos logros? ¿Por qué quitarnos mérito a nosotros mismos? También lo conseguimos, sí, cuando éramos tan chiquititos como ellos. Somos intrépidos y más que capaces; sólo que a veces se nos olvida y ellos son el mejor recuerdo de que la constancia nos lleva al éxito.

        Y así, cuando van creciendo, nos esforzamos con entusiasmo en enseñarles a nadar y a montar en bicicleta. Les aplaudimos cuando dan sus primeras brazadas, entendemos que tarden años en conseguir flotar y avanzar y bucear. Les sujetamos el sillín mientras pedalea, aunque tengamos que ir corriendo detrás con la lengua fuera. Y cada vez que se cae, les ayudamos a levantarse y aplaudimos su valentía. Así que sabemos reconocerla y también su esfuerzo; y no les permitimos que se rindan. Al menos, en mi caso, cada vez que oigo a Silvia decir “no puedo” con cosas que realmente aún no ha aprendido a hacer, como abrir el tapón de una botella sin estrenar, siempre le repito: “Sí qué puedes, pero a lo mejor ahora necesitas un poco de ayuda” y la desenroscamos juntas. Puede parecer un esfuerzo vacío, pero no tenéis ni idea de cómo calan las palabras en los niños y la actitud de sus padres hacia ellos y sus logros, a la hora de formar su personalidad. ¿Acaso nosotros mismos no nos mostramos más seguros de nuestras capacidades cuando los que nos rodean creen en nosotros? Imaginaros lo que puede influir nuestra forma de actuar con ellos, nosotros, que somos sus héroes, su apoyo, su pilar. Con sólo tres añines, Silvia ya despertaba sonrisas cuando su hermano intentaba utilizar una de esas motos correpasillos de dos ruedas, porque le decía “No te ‘pocupes’ (preocupes), Sergio, que si te caes, te vuelves a levantar y mamá te cura”. Y es que cada vez que me preguntaba “¿Y si me caigo, mamá?” Yo le contestaba “Pues te vuelves a levantar y yo te curo” todo sale mejor cuando lo hacemos muchas veces.

        Antes de empezar los niños al colegio no había tenido la necesidad de coger el coche desde que me lo había sacado, hacía más de 10 años, así que la primera vez iba nerviosa y muerta de miedo. Les decía a los peques que me tenía que concentrar en la carretera y que no podía hablar. Y, a pesar del frío, dejaba el coche fuera del garaje porque no me veía capaz de meterlo. Pero ya sabemos que no hay mayor estímulo para todo que nuestros pequeños, así que poco a poco fui superando retos hasta conseguir dejar el coche a cubierto. La primera vez que lo metí Silvia tenía poco más de dos años y cuando frené empezó a aplaudir y me dijo “muy bien, mamá, ya has aprendido”. Creí que me tronchaba de risa. Y, por supuesto, a pesar de estar temblando de los nervios, le contesté “claro, porque he estado practicando. Como tú, ¿verdad? Que también haces otras cosas hasta que te salen”. Son grandes alumnos y grandes maestros.

        A veces tenemos que recordarlo porque es más fácil tener paciencia, que ni siquiera tenemos que buscarla, cuando están aprendiendo a andar o a hablar, que cuando intentan montar en bici; que parece que queremos, a veces no tanto que lo hagan rápido, sino que saquen valor para hacerlo ya, cuando a lo mejor no están preparados. Hay que animarles, no agobiarles, es una fina línea, difícil de ver y demasiado fácil de traspasar.

        Todo en esta vida sale mejor después de hacerlo varias veces. No sé vosotros, pero nosotros aún nos estamos adaptando a la rutina del colegio, ahora que hemos empezado también por las tardes, y las clases extraescolares. Y no hablo sólo de los niños, sino de superar la tensión por el tráfico, de ir corriendo de un lado para otro porque no llegamos, de tener un menú bien organizado… Ayer fue literalmente una pesadilla de día. Están tan agotados como nosotros y, sin pensar en esto, les gritamos para coman rápido, para que dejen de llorar en lugar de pedir las cosas… Siempre os digo que al final del día merece la pena hacer una reflexión sobre cómo ha transcurrido porque nadie mejor que vosotros para saber cómo mejorarlo. Pues bien, ayer decidí firmemente que era mejor que durmiesen media hora menos por la mañana si eso suponía que no íbamos a sentir la presión de las prisas; que me iba a divertir con ellos, igual que si estuviésemos en verano; que si no comían mucho ni bien, no iba a pasar nada porque no es lo habitual y seguro que es sólo hasta que nos adaptemos; y que si no duermen la siesta no es ninguna catástrofe.

Por fortuna, no hizo falta que les despertase porque reconozco que me da muchísima penina e intento apurar siempre hasta el último minuto. Se levantó Silvia a las 07.20 y me ayudó a preparar el zumo de naranja, algo que le encanta. A las 07.30, Sergio. Nos pusimos el CD que nos dieron en la academia de inglés y mientras  . desayunaban íbamos siguiendo las historias y las canciones; yo la primera, cantando, gesticulando y sonriendo. No sé si habéis hecho alguna vez la prueba, pero es bien conocido que obligarnos a sonreír nos va poniendo, poco a poco, de buen humor. Mientras que mantener un gesto facial serio o tenso nos va cambiando así el ánimo. Estuvimos “desayunando” hasta las 08.30, sí, no me equivoco ¡una hora! Sin prisas. Podríais pensar que con un desayuno tan divertido y distendido todo estaba hecho. Ni hablar. Según nos íbamos a vestir Silvia se puso a gritar como una descosida, hasta se puso colorada. No me preguntéis la razón porque sólo pienso que esté cansada y aún acostumbrándose a la nueva rutina. Yo, con calma, vistiéndola como podía y arreglándola para irnos. Al subirse al coche tuvo una nueva rabieta que también ignoré; ni le hablo cuando está así, ni le grito ni intento que se le pase, sigo con lo que hay que hacer. Y el resto del camino y a la entrada del colegio, todo estupendo.

Algunos podéis pensar que mi esfuerzo no mereció la pena, a vosotros os digo que sin lugar a dudas lo hizo y que si lo repito una y otra vez saldrá cada día mejor. ¿Diferencias con el día anterior que me hacen pensar así? Hoy sí desayunaron los dos: un zumo de una naranja cada uno, unos 150 cc. De leche y unos puñados de cereales. Sergio no tuvo ni una rabieta e hizo cosas sólo como echarse los cereales, peinarse, darse colonia y subirse y bajarse del coche. La hora entera que estuvimos sentados a la mesa nos lo pasamos bien los tres juntos; no había prisas por acabar la comida para empezar con la siguiente tarea, era un tiempo de ocio como los que compartimos en vacaciones. Y ambos entraron felices en el colegio. Estoy segura de que si seguimos con esta mentalidad el lunes irá aún mejor, porque creo firmemente que cuantas más veces hagamos una cosa, mejor nos saldrá. Disfrutad de este espectacular fin de semana en el parque, en la montaña o volando una cometa en la playa! Cualquier cosa que os entusiasme hacer en familia para que podáis disfrutar de vuestros hijos, que son lo más desesperante, pero también lo más maravilloso del mundo.

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