Silvia, 9 meses. ¿Desordenando? No,
aprendiendo a sacar y meter cosas
¡Qué
gran verdad! A veces es fácil rendirse a la primera cuando no obtenemos los
resultados que habíamos previsto. Pero es altamente satisfactorio seguir
intentándolo una y otra vez, ver cómo mejoramos y al final… ¡obtenemos lo que
habíamos previsto! Y como siempre… ¿sabéis quiénes son unos grandes maestros
del asunto? ¡Por supuesto, los niños! No conocen el significado de la palabra
derrota, no pasan vergüenza y no se rinden. Y… ¿sabéis qué es lo mejor? ¡Que
todos hemos sido niños! Sí, nosotros también nos esforzamos hasta lograr
grandes objetivos, sostener la cabeza tumbados boca abajo, gatear, andar, hablar…
¿Acaso no nos sorprenden nuestros hijos cada vez que conquistan uno de estos
logros? ¿Por qué quitarnos mérito a nosotros mismos? También lo conseguimos,
sí, cuando éramos tan chiquititos como ellos. Somos intrépidos y más que
capaces; sólo que a veces se nos olvida y ellos son el mejor recuerdo de que la
constancia nos lleva al éxito.
Y así,
cuando van creciendo, nos esforzamos con entusiasmo en enseñarles a nadar y a
montar en bicicleta. Les aplaudimos cuando dan sus primeras brazadas,
entendemos que tarden años en conseguir flotar y avanzar y bucear. Les
sujetamos el sillín mientras pedalea, aunque tengamos que ir corriendo detrás
con la lengua fuera. Y cada vez que se cae, les ayudamos a levantarse y
aplaudimos su valentía. Así que sabemos reconocerla y también su esfuerzo; y no
les permitimos que se rindan. Al menos, en mi caso, cada vez que oigo a Silvia
decir “no puedo” con cosas que realmente aún no ha aprendido a hacer, como
abrir el tapón de una botella sin estrenar, siempre le repito: “Sí qué puedes,
pero a lo mejor ahora necesitas un poco de ayuda” y la desenroscamos juntas.
Puede parecer un esfuerzo vacío, pero no tenéis ni idea de cómo calan las
palabras en los niños y la actitud de sus padres hacia ellos y sus logros, a la
hora de formar su personalidad. ¿Acaso nosotros mismos no nos mostramos más
seguros de nuestras capacidades cuando los que nos rodean creen en nosotros?
Imaginaros lo que puede influir nuestra forma de actuar con ellos, nosotros,
que somos sus héroes, su apoyo, su pilar. Con sólo tres añines, Silvia ya
despertaba sonrisas cuando su hermano intentaba utilizar una de esas motos
correpasillos de dos ruedas, porque le decía “No te ‘pocupes’ (preocupes),
Sergio, que si te caes, te vuelves a levantar y mamá te cura”. Y es que cada
vez que me preguntaba “¿Y si me caigo, mamá?” Yo le contestaba “Pues te vuelves
a levantar y yo te curo” todo sale mejor cuando lo hacemos muchas veces.
Antes
de empezar los niños al colegio no había tenido la necesidad de coger el coche
desde que me lo había sacado, hacía más de 10 años, así que la primera vez iba
nerviosa y muerta de miedo. Les decía a los peques que me tenía que concentrar
en la carretera y que no podía hablar. Y, a pesar del frío, dejaba el coche
fuera del garaje porque no me veía capaz de meterlo. Pero ya sabemos que no hay
mayor estímulo para todo que nuestros pequeños, así que poco a poco fui
superando retos hasta conseguir dejar el coche a cubierto. La primera vez que
lo metí Silvia tenía poco más de dos años y cuando frené empezó a aplaudir y me
dijo “muy bien, mamá, ya has aprendido”. Creí que me tronchaba de risa. Y, por
supuesto, a pesar de estar temblando de los nervios, le contesté “claro, porque
he estado practicando. Como tú, ¿verdad? Que también haces otras cosas hasta que
te salen”. Son grandes alumnos y grandes maestros.
A
veces tenemos que recordarlo porque es más fácil tener paciencia, que ni
siquiera tenemos que buscarla, cuando están aprendiendo a andar o a hablar, que
cuando intentan montar en bici; que parece que queremos, a veces no tanto que
lo hagan rápido, sino que saquen valor para hacerlo ya, cuando a lo mejor no
están preparados. Hay que animarles, no agobiarles, es una fina línea, difícil
de ver y demasiado fácil de traspasar.
Todo
en esta vida sale mejor después de hacerlo varias veces. No sé vosotros, pero
nosotros aún nos estamos adaptando a la rutina del colegio, ahora que hemos
empezado también por las tardes, y las clases extraescolares. Y no hablo sólo
de los niños, sino de superar la tensión por el tráfico, de ir corriendo de un
lado para otro porque no llegamos, de tener un menú bien organizado… Ayer fue
literalmente una pesadilla de día. Están tan agotados como nosotros y, sin
pensar en esto, les gritamos para coman rápido, para que dejen de llorar en
lugar de pedir las cosas… Siempre os digo que al final del día merece la pena
hacer una reflexión sobre cómo ha transcurrido porque nadie mejor que vosotros
para saber cómo mejorarlo. Pues bien, ayer decidí firmemente que era mejor que
durmiesen media hora menos por la mañana si eso suponía que no íbamos a sentir
la presión de las prisas; que me iba a divertir con ellos, igual que si
estuviésemos en verano; que si no comían mucho ni bien, no iba a pasar nada
porque no es lo habitual y seguro que es sólo hasta que nos adaptemos; y que si
no duermen la siesta no es ninguna catástrofe.
Por fortuna, no hizo falta que les
despertase porque reconozco que me da muchísima penina e intento apurar siempre
hasta el último minuto. Se levantó Silvia a las 07.20 y me ayudó a preparar el
zumo de naranja, algo que le encanta. A las 07.30, Sergio. Nos pusimos el CD
que nos dieron en la academia de inglés y mientras . desayunaban íbamos siguiendo las historias y
las canciones; yo la primera, cantando, gesticulando y sonriendo. No sé si
habéis hecho alguna vez la prueba, pero es bien conocido que obligarnos a
sonreír nos va poniendo, poco a poco, de buen humor. Mientras que mantener un
gesto facial serio o tenso nos va cambiando así el ánimo. Estuvimos
“desayunando” hasta las 08.30, sí, no me equivoco ¡una hora! Sin prisas.
Podríais pensar que con un desayuno tan divertido y distendido todo estaba
hecho. Ni hablar. Según nos íbamos a vestir Silvia se puso a gritar como una
descosida, hasta se puso colorada. No me preguntéis la razón porque sólo pienso
que esté cansada y aún acostumbrándose a la nueva rutina. Yo, con calma,
vistiéndola como podía y arreglándola para irnos. Al subirse al coche tuvo una
nueva rabieta que también ignoré; ni le hablo cuando está así, ni le grito ni
intento que se le pase, sigo con lo que hay que hacer. Y el resto del camino y
a la entrada del colegio, todo estupendo.
Algunos podéis pensar que mi esfuerzo
no mereció la pena, a vosotros os digo que sin lugar a dudas lo hizo y que si
lo repito una y otra vez saldrá cada día mejor. ¿Diferencias con el día
anterior que me hacen pensar así? Hoy sí desayunaron los dos: un zumo de una
naranja cada uno, unos 150 cc. De leche y unos puñados de cereales. Sergio no
tuvo ni una rabieta e hizo cosas sólo como echarse los cereales, peinarse,
darse colonia y subirse y bajarse del coche. La hora entera que estuvimos
sentados a la mesa nos lo pasamos bien los tres juntos; no había prisas por
acabar la comida para empezar con la siguiente tarea, era un tiempo de ocio
como los que compartimos en vacaciones. Y ambos entraron felices en el colegio.
Estoy segura de que si seguimos con esta mentalidad el lunes irá aún mejor,
porque creo firmemente que cuantas más veces hagamos una cosa, mejor nos
saldrá. Disfrutad de este espectacular fin de semana en el parque, en la
montaña o volando una cometa en la playa! Cualquier cosa que os entusiasme
hacer en familia para que podáis disfrutar de vuestros hijos, que son lo más
desesperante, pero también lo más maravilloso del mundo.
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