La educación de hoy es muy diferente
a la que recibimos nosotros y no tiene nada que ver con la de nuestros padres.
Vivimos en un mundo donde todo cambia muy rápido y la información está
disponible para todos en cualquier momento. Por eso, más allá de adquirir
conocimientos los niños deben desarrollar habilidades; han de saber dónde y
cómo buscar los datos que puedan necesitar, explotar sus puntos fuertes y dejar
volar su imaginación… Así que no os preocupéis demasiado en intentar enseñarles
aquellos conocimientos que van a ir aprendiendo en el colegio, sino en intentar
mejorar sus destrezas. Cuando son pequeños, todo aquello que estimule su creatividad
y les ayude a desarrollarse es perfecto y aquí se incluyen, sin duda, los
trabajos manuales entre los que merece especial atención la plastilina, que les
permite no sólo expresarse, sino también mejorar la habilidad motriz fina. Por
no mencionar que se lo pasan como enanos.
Lo cierto es que, aunque la educación haya cambiado tanto, los juegos de
nuestros abuelos eran estupendos en este sentido y si no, pensadlo, ¿a qué
jugaban o incluso jugábamos antes de que hubiese tanta tecnología y nos diesen
todos los juegos hechos y totalmente estructurados? Yo recuerdo que intentaba
escalar las paredes del baño y que cuando saltaba desde muy alto podía jurar
que estaba volando; y no me vienen a la memoria muchos juguetes de cuando era
pequeña, pero no he olvidado cómo me escondía con mi hermana debajo del tendal,
que, en realidad, era una tienda india, claro; ni cómo saltábamos de silla en
silla (para habernos matado) porque en el mar (es decir, el suelo) había
tiburones. Nos encantaba disfrazarnos, jugar a las modelos y tomar mil
fotografías; he de reconocer que en casa había una gran afición y que eran muy
comprensivos porque, recordad, que por entonces las cámaras eran analógicas y
después había que ir a revelar aquellos carretes, en mi caso, casi siempre de
36 fotos. Aquí guardo con mucho cariño todas aquellas imágenes junto con las
polaroids. Otra afición, por cierto, en la que con las cámaras baratas que hay
hoy día, los niños de colegio en seguida se pueden interesar. A mi niña, con 3
años le vuelve loca disparar, aunque rara vez sale algo porque aún está
aprendiendo lo que es la paciencia y en cuanto pulsa el botón, mueve la cámara,
así que todo sale borroso, pero le encanta. Va con su cámara de Hello Kitty, de
oferta en Carrefour por 10 € con tarjeta y funda, a todas partes.
Recuerdo que mi madre me contaba cómo escalaba los muros de la casa del
pueblo y que se hacían faldas con hojas que cosían con hierbas y cómo se
fabricaban sus propias coronas de flores. Nadie había dicho a nuestros abuelos
que sus hijos debían desarrollar su habilidad motriz fina ni desarrollar su
imaginación. Simplemente si los niños querían divertirse, buscaban cómo
hacerlo. Hoy en día se trata de volver a eso; algo que, dentro de la sociedad
consumista en la que vivimos, es prácticamente imposible. Pero los expertos
cada vez más, hablan de la importancia del “juego libre” que es básicamente lo
único que conocieron nuestros padres. Es una tendencia preciosa que, desde
aquí, también os animo a recuperar: pasar tiempo al aire libre porque como ya
hemos comentado no hay nada mejor para desarrollar estas destrezas que arrancar
flores y hierbas, jugar con la arena, pisarla descalzos, saltar las olas y
trepar a los árboles. Para cuando esto no sea posible, por falta de tiempo o
porque nos caiga uno de los últimos tormentones, tenemos otras posibilidades
como la plastilina.
Si son muy pequeños, antes de los dos años desde luego, debéis sentaros
con ellos a trabajarla porque lo normal será que se la lleven a la boca. Si
jugáis todos juntos ellos intentarán imitar lo que vosotros hagáis, con lo que
podéis proponer, sin tener que decirles nada, nuevos retos. Y, por supuesto,
igual que siempre intentamos transmitirles ideas y conocimientos en la rutina
diaria, los juegos no son menos. Para los más pequeños es mejor que saquéis un
solo color porque si no, se distraerán, intentarán cogerlos todos y no se
centrarán en el juego. Mientras jugáis podéis nombrarlo tantas veces como se os
ocurra; probablemente os sentiréis unos pesados, pero seguro que ellos no se
cansan: “¿me dejas un trocito de tu plastilina azul? Mira, yo estoy haciendo un
caballo de plastilina azul. ¡Ala…! ¿estás construyendo con plastilina azul?...”
A partir de los 18 meses (ya sabéis que esto es muy orientativo y que
depende de la capacidad de atención que haya adquirido el niño y, en gran
medida, de lo que podáis esforzaros ese día con él; no siempre tenemos la misma
paciencia y el juego con vuestros hijos debe ser divertido. Si nos esforzamos
en transmitirles demasiados conocimientos y nos olvidamos de pasárnoslo bien
con ellos entonces hay que replantearse la actividad. No estamos en el colegio
ni tenemos unos objetivos inmediatos que cumplir. Estamos disfrutando de la
compañía de nuestros hijos, a los que queremos más que nada en el mundo): Ya
podéis coger dos trozos de plastilina y darle a escoger. Le preguntáis: “¿cuál
quieres, la azul o la amarilla?” Un par de consejos, no le deis a escoger entre
azul y verde, que los puede confundir más fácilmente, o entre rojo y naranja,
empezad por colores bien distintos entre sí. No pretendemos que el niño conozca
ya los colores y, por eso, los escoja; le estamos ofreciendo la posibilidad de
aprenderlos. Si le preguntas qué color prefiere se quedará mirándote como si le
hubieses hablado en japonés, pero si coges una plastilina con cada mano, le
ofreces la primera mientras dices ¿quieres la plastilina azul? Después la
retiras, le ofreces la otra y le preguntas ¿o la plastilina amarilla? Él
señalará una de las dos y, si ha empezado a hablar, puede que hasta repita el
color y, con mucha suerte, incluso será el color correcto. Este juego una vez a
la semana obra maravillas.
A los mayores les podéis dejar todas las plastilinas, que ya sabrán
manejarlas. Podéis realizar figuras más complejas con ellos e introducir
utensilios nuevos como pequeñas herramientas de modelaje que ya venden para
jugar con estos y otros materiales como el barro. Les encantará cortar, hacer
formas, sobreponer unos colores a otros. Y, por supuesto, siempre se les puede
enseñar algo, ¿por qué no experimentar lo que ocurre cuando mezclamos los
colores azul y amarillo? Es una forma de que vayan aprendiendo, de forma
lúdica, los colores primarios.
Recordad que cuanto más pequeños son menor capacidad de atención tienen y
que los juegos les cansan pronto. Por eso, no debéis esforzaros en una gran
presentación que os exija una larga preparación porque el tiempo de juego no
merecerá la pena y os sentiréis frustrados. Con un mantel de plástico y un
cuadrado de plastilina o dos o unos cuantos para los mayores tendréis de sobra.
Tened preparada la caja o el sitio donde queráis que los guarden y en cuanto
veáis que se aburren, pedidles que lo recojan ellos y pasad al siguiente juego.
También se lo podéis alargar introduciendo algo que no se esperen. Nosotros, la
última vez que jugamos con plastilina utilizamos un cordón de plástico, de los
que usábamos de pequeños para hacer pulseras cuadradas, para hacer una con
bolas de plastilina y quedaron encantados.
La imaginación en nuestra sociedad cambiante es una gran ventaja, cuyo
desarrollo podemos facilitar en nuestros hijos. ¿Por qué no preguntarle a qué
se parece esa bola que habéis hecho? Sin mencionar claro, que es una bola.
¿Queréis un gran ejemplo de imaginación? Recordad la historia de “El Principito”, cuyos dibujos, por cierto,
podéis ver en Disney Channel y, para los que no lo tengáis, en youtube. Aquel
niño que desbordaba imaginación, aquel sombrero que, en realidad, era una
serpiente que se había comido un elefante. Imaginad cuantas cosas pueden ser,
entonces, una simple bola de plastilina, desde un planeta hasta un balón de
futbol, o un puercoespín en posición de defensa. Decirles todo lo que os parece
no es favorecer su imaginación es demostrar la poca paciencia y las ganas de
instruir que tenemos los adultos. ¿Queréis otro ejemplo? (por si no nos bastan
los del famoso libro). Acaba de salir la colección “Don Mickey” que había
cuando yo era pequeña. Ayer me compré un fascículo, en el que vienen dos de
estos tebeos y Silvia me pidió que se lo leyese. Se nos pasó la hora entera de
la comida con dos páginas, es decir unas 16 viñetas. ¿Desesperante? ¡Mucho! Si
mi intención hubiese sido enterarme de la historia. Pero no era MI momento, era
el NUESTRO. Y, si de cada viñeta, a ella se le ocurrían 20 preguntas por qué no
ofrecerle 20 respuestas y otras tantas preguntas. En un momento en el que los
personajes se iban de vacaciones a África ella se emocionó mucho porque le
encanta jugar a viajar. Empezó a hacer preguntas y, en lugar de intentar seguir
leyendo el cuento, respiré hondo, le sonreí y le dije: “¿sabes qué animal vive
en África? (gran cara de sorpresa) ¡el elefante!” Y me soltó un ¡aaaaalaaaaa!
Que aún me hace sonreír. Es increíble y precioso ver cómo se maravillan por
todo. Y… sorpresa, sorpresa, me preguntó “¿y las jirafas también viven en
África?” Pues sí, seguro que acertó de casualidad y, aún así, sí, te invade un
enorme sentimiento de orgullo. Está haciendo relaciones, está adivinando, está
incluyendo en su vocabulario un continente y todo eso, mientras pasamos un
agradable rato juntas. Ni idea de cómo acaba la historia, claro, para eso
tendré que esperar a MI rato en el que me pueda leer el tebeo. Pero este tiempo
con ella no lo cambio ni por todos los Don Mickey del mundo.
Una de las cosas más difíciles de conseguir, pero también más sencillas,
gratis y satisfactorias es dedicar a vuestros hijos el tiempo que hayáis
decidido, por motivos de trabajo, paciencia y otros factores, plenamente. Os lo
devuelven con creces. Escuchadles y tendréis mil momentos de felicidad con
ellos, mil anécdotas para hacer sonreír a la familia y un interminable fondo de
recuerdos que os harán sonreír hasta en el día más gris.
Cuantos padres deberían leer esto...
ResponderEliminarY otras que lo leemos...estando todo el día en casa (intentando mantenerla decente) nos arrepentimos de no pasar más tiempo con ell@s
Tranquila. Todos, por más tiempo que les dediquemos nos lamentamos de no pasar más con ellos. Lo importante es disfrutar juntos todo lo que podamos y administrar el tiempo, cosa harto difícil, lo mejor posible. En los días en los que la culpa me corroe más pienso en mi infancia. Mis padres trabajaban mucho y de lunes a viernes a penas nos veíamos, pero nunca he tenido la sensación de que estuviesen ausentes; muy al contrario, todos los recuerdos de mi infancia están ligados a ellos: mi madre madrugaba los días de los exámenes para ayudarme con el repaso de última hora; mi padre siempre estaba ahí, por tarde que fuese para resolver mis dudas con los deberes. Los fines de semana los pasábamos en familia, haciendo excursiones o visitando a la abuela... Lo del día a día... entra dentro de la rutina, como ir al colegio. Lo mejor es priorizar para no dejarlos demasiado de lado y tratar de incluirlos en tantas cosas como nos sea posible. Ellos saben que les queremos y aprecian cada guiño del camino
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