Eurodisney,
noviembre 2013
Aunque
aún falta para Navidad, os dejo un adelanto con esta fotografía, que para mí
refleja a la perfección la cita que os traigo hoy y que me ha encantado. Cuando
estuvimos en Disney, las navidades pasadas, Silvia alucinaba con cada árbol
adornado que veía y no entendía por qué no podía coger uno de aquellos cientos
de paquetes y abrirlos… ¡si eran regalos!
Adoro
ver la vida a través de los ojos de mis hijos. Me asombro y me ilusiono con
cosas olvidadas. Los que vivís en León, ¿recordáis el tormentón que calló el
miércoles? Yo sólo podía pensar en cómo atechar a Sergio mientras iba a por
Silvia y en la empapadura que se iba a pillar para ir corriendo a clase. Él… se
asomaba a la ventana y me gritaba “¡abe, abe!” (‘abre, abre’) con una sonrisa
de oreja a oreja y los ojos como platos, deseando salir por la puerta para ver
llover. Y Silvia me decía que tenía que comprarle unas botas para poder pisar
los charcos. Inevitablemente me salió responderle que aunque así no se mojase
los pies, se mancharía el uniforme. Y entonces recordé la felicidad que
experimentaba yo saltando en el agua, como ven hacer a Peppa Pig y sus amigos, y
empapándome de arriba abajo. No podemos dejar que cojan una pulmonía, pero
quizá sí hacer la vista gorda cuando no tengan el uniforme y estén cerca de
casa, para volver corriendo y meterlos directamente en un buen baño de agua
calentita. Y es que ese día, Silvia tenía extraescolar. Yo me quedé con el
peque en casa y a la nena la llevó su papá y les pilló el chaparrón saliendo de
la clase hacia el coche. Creo que fue una de las tardes más divertidas para
ella. Llegó emocionada porque ¡se había duchado por la calle con la lluvia! Me
lo contaba a gritos nada más entrar por la puerta.
Y es
que sí, la vida es fascinante, pero, a veces, las gafas de la preocupación, la
tensión, los horarios… no nos dejan disfrutar de su belleza. Últimamente lo
noto mucho más que por el verano. Y es que yo nunca entendí que en esa estación
se separasen más parejas que el resto del año porque yo, cuando mejor estoy, es
disfrutando de los míos. Y noto mucho la vuelta al cole, aunque intente
disimular ante los pequeñines, claro. Los echo de menos, me fastidia tener que
despertarlos, meterles prisa a la hora del desayuno para que lleguen a tiempo,
andar siempre pendiente del reloj, pasar mucho tiempo en el coche y que no
tengan tiempo para jugar. Y cuando la situación me supera, me paro cinco
minutos para respirar y busco una alternativa. Esta semana he recuperado el
libro “Niños desobedientes, padres desesperados”, de Rocío Ramos-Paúl,
supernanny. Soy una gran fan suya y este libro me encantó. Lo compré cuando
Silvia empezó a tener sus primeras rabietas con dos años y medio, pero se le
pasaron tan rápido que ya ni recordaba lo que había leído. Cuando lo abrí de
nuevo, lo primero que leí es que es normal que los niños tengan rabietas y que
los padres se desesperen. Uf, qué alivio. Y a continuación te dice que no sólo
es normal, sino que es sano porque es su forma de demostrar sus emociones. Y
que, a partir de ahí, nos toca la parte difícil de enseñarles a expresarse de
otra forma. ¡Bien! Un problema, una solución. A ver, cómo voy a enseñarle a no
gritar cuando se frustra, si cuando me saca de mis casillas le pego un grito. Y
cómo le voy a enseñar a contarme lo que me pasa si cuando estoy cansada le
contesto con un “porque sí”. Si no habéis tenido oportunidad de leer el libro,
os lo recomiendo fervientemente. Mi vida ha vuelto a sus cauces, es un pequeño
gran recordatorio de que lo que nos pasa con nuestros hijos es normal, pero
sobre todo, que tiene solución.
Cuando
os frustre una situación, cuando os pueda la tensión, mirad a vuestros hijos.
Ver cómo contemplan ellos la vida ayuda a cambiar el chip, porque disfrutan de
cada instante como lo que es, un momento maravilloso del que se puede sacar un
gran provecho.
Tenemos
un fin de semana largo para disfrutar con ellos. Por aquí parece que empieza
soleado, volved a ser niños y columpiaros con ellos en el parque. Si os tiráis
por el tobogán o hacéis un castillo en el arenero van a sorprenderse tanto que
os harán reír. ¿Qué llueve? Poneros unas botas viejas, saltad en los charcos y
daros una ducha de agua calentita. Olvidad el estrés y adaptaros a los horarios
para que sólo sean una pauta que separa vuestros pequeños instantes de
felicidad. ¿Los atascos en dirección al cole? Un tiempo estupendo para jugar.
Recordad que el tráfico no va más rápido por enfadarse, pero el tiempo sí pasa
más rápido cuando uno está entretenido. ¿Por qué no aprovechar esos momentos
inevitables, que se repiten un día tras otro para hablar con vuestros hijos?
Que os cuenten lo que han hecho y lo que van a hacer, lo que les preocupa…
jugar al veo veo, a las palabras encadenadas… cantar sus canciones favoritas…
En
definitiva, siempre que podáis cambiaros las gafas por unas con cristal rosa. Y
cuando os cueste, mirad cómo ven el mundo vuestros hijos porque ayuda a
recordar lo felices que nos hacía un día de lluvia, lo mucho que nos sorprendía
ver un arco iris en el cielo y lo fácil que es transformar un mal rato en uno
increíble cuando de verdad lo intentamos. ¡Feliz puente!
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