Es muy difícil comprender siempre a los demás, pero ayuda intentar
ponerse en su lugar. A veces exigimos mucho a los niños; en cuanto aprenden a
hablar y a ser un poco autónomos, en ocasiones, nos olvidamos de que todavía
son pequeños y pretendemos que hagan cosas de mayores. ¿No os ha pasado nunca
que tenéis prisa, les pedís que hagan algo que para vosotros es fácil y cuando
no lo consiguen a la primera les saltáis “es que estás tardando como una cría”?
A mí sí. No he terminado la frase y pienso, claro, es que es una cría, que sólo
tiene 3 años. Cuando me doy cuenta intento ponerle remedio, pero no siempre se
consigue. Especialmente en épocas de estrés o en momentos de falta de tiempo es
fácil olvidar que aún son niños, que necesitan nuestro apoyo y, ¿por qué no?
Nuestros aplausos.
Recuerdo sus primeros logros,
nuestra cara de emoción, grabándoles en vídeo. Tiene que ser duro, sobre todo
desde su punto de vista que, de repente, en lugar de aplaudirte porque por fin
te subes solo a la silla del coche, para lo que literalmente tienen que
escalar, les apartes y les sientes tú porque es más rápido. Vivimos en un mundo
guiado por el reloj, especialmente con la vuelta al cole porque tenemos que
llegar a una hora determinada a clase, a las extraescolares… tienen que bañarse
temprano, cenar rápido y acostarse pronto porque al día siguiente tienen que
madrugar y necesitan dormir lo suficiente. Pero si nos tomamos cinco minutos
para organizar este otoño nos daremos cuenta que es preferible que les falte
una hora de sueño a que duerman intranquilos porque el final del día se
convierte en un estrés lleno de prisas. Y que es preferible levantarles 15
minutos antes y que podamos sonreírles y decirles “buenos días” dándoles un
buen beso y un gran achuchón, que por dejarles dormir un cuarto de hora más
andar casi a gritos para que se espabilen a la hora de ponerse la ropa y
terminar el desayuno.
Cuando todo esto me cuesta o veo que
algo no funciona… Oh, sí, si se presta un pelín de atención se ve rápido, en su
mirada apagada y triste, en su falta de sonrisas, en que dejan de parlotear, en
que se tensan y se ponen testarudos… cuando esto pasa me tomo tiempo para
reflexionar y trato de reorganizar el día para que el siguiente sea mejor y
cada vez mejor porque es altamente gratificante mejorar nuestra rutina. Las
vacaciones son estupendas, pero duran poco. Hacer del día a día una sucesión de
momentos divertidos y tiernos con tus hijos es todo un logro que te da mil
veces más satisfacciones que esfuerzo te suponen. Despiértales con cariño,
subiendo poco a poco la persiana. Tómate tu tiempo y si ves que se hace tarde
al día siguiente empieza unos minutos antes. Dale un gran beso y dile cuánto le
quieres. Ten listo el desayuno para que no tenga que esperarlo y, si es de los
madrugadores, déjale que te ayude aunque tardes un poco más. Si es pequeño o
tiene mimos ayúdale a vestirse; no hay nada malo en que tenga estas
“regresiones”, ¿acaso tú no echas de menos dormirle en brazos o darle el
biberón? Si los fines de semana se viste sólo y por la noche se desnuda para
meterse en la bañera y se pone el pijama sin ayuda, ¿por qué no concederle esos
mimos mañaneros? Si os toca ir en coche, ponle su música favorita. Si vais
andando, ¿por qué no hacerlo jugando o cantando? La vergüenza debería salir por
la puerta en el momento del parto, por no decir en la primera exploración, y no
volver a entrar jamás porque podemos perdernos grandes momentos con nuestros
hijos.
La tolerancia es una parte muy
importante de toda relación, como la paciencia; hay que aprender a entenderles,
a ser tolerantes con sus manías y tratar de comprender su carácter. Lo que, en
ningún caso quiere decir que tengamos que ceder a sus caprichos, pero sí tratar
de comprender las razones de su comportamiento. Entre otras cosas porque, como
casi todo en educación, aunque nos lleve mucho más tiempo enseñarles así, a la
larga saldremos todos ganando. Hay que recordar que los niños se están
moldeando y, aunque tengan su propio carácter es un momento perfecto para
ayudarles a controlarlo y a actuar en consecuencia. Los más tímidos necesitarán
un empujón a la hora de relacionarse. Los más testarudos necesitarán aprender a
escuchar las opiniones de las demás…
Todos hemos sido niños quizá por
eso, aunque a veces perdamos la paciencia con ellos, habitualmente somos más
tolerantes con los pequeños que con los ancianos. La cita que os propongo esta
semana encierra mucha verdad. Todos hemos nacido como bebés indefensos y
acabaremos de la misma forma en nuestros últimos años. A lo largo de este
período seremos más fuertes que otros, pero también más débiles. Creo que la
felicidad en la vida consiste en contentarse con lo que uno tiene, tratar de
mejorar siempre y de ver el vaso medio lleno, sin olvidar buscar una botella
para llenarlo del todo. Tratemos de ser justos con los demás y de mejorar
fijándonos en ellos en lugar de juzgarlos. Casi todo el mundo tiene una razón
para su comportamiento, aunque a veces la desconozcamos o no la consideremos
buena. Todos tenemos derecho a tener nuestras opiniones, pero hay que aprender
a respetar las de los demás; así podemos aprende mucho.
La paciencia y la tolerancia
tendrían que estar siempre presentes en nuestra vida. Recupero para vosotros un
vídeo que circuló hace tiempo por Internet y que me parece que refleja
perfectamente lo que estamos hablando. Recuperemos el respeto por los demás
que, a veces, es lo único que hace falta para que todo vaya mejor y disfrutemos
de todos los buenos momentos que podamos con los que nos rodean. La vida es
mucho más bella llena de pequeños momentos felices que esperando que llegue uno
grande e impresionante.
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