Esto
es algo que, como padres, debemos tener muy claro. Por muchos libros que leamos
y muchos consejos que pidamos lo cierto es que los niños son únicos. No todas
las técnicas funcionan igual de bien con unos y otros. Ni todas son válidas
para cada uno de los padres. Como siempre, os pongo un ejemplo claro. Después
de más de un año sin dormir por los despertares de Silvia, busqué trucos y
consejos en todas partes; no funcionó nada. Lo único que me faltó por probar de
todo lo que encontré fue el método del doctor Eduard Estivill. Me leí su libro,
“Duérmete niño”, como tantos padres desesperados por la falta de sueño, pero si
soy totalmente sincera, os diré que incluso lloré leyéndolo, pensando siquiera
en intentarlo. ¿Cómo iba a dejarla llorar sólo por reclamar atención? ¿Cómo
iban a calmarle mis palabras si ni siquiera entendía su significado? Es más,
los que me seguís hace ya algún tiempo, sabéis que siempre recomiendo lo mismo:
muchísima paciencia y capacidad de observación. No voy a decir que no tuviese
mimos o inseguridad, pero muchas de las veces que se despertaba era porque
tenía hambre y estoy convencida de que no era una excusa porque incluso cuando
dejó de mamar, a las 05.00 se tomaba un biberón de 300 ml. De leche con
cereales; otras veces se le había escapado el pis del pañal o incluso se había
hecho caca. Así que ni lo intenté. Ese método no era para mí.
Por eso os digo, que no todo lo que nos
aconsejan lo podemos aplicar. Hay que ser conscientes de cómo somos nosotros,
además de nuestros hijos porque no podemos utilizar una técnica que no nos
convence; eso nunca funciona. Dicho esto, acabo de encontrar un artículo en el
que se dice que el doctor Estivill se ha corregido, diciendo que su método es
recomendable para niños mayores de 3 años y no para bebés (http://www.bebesymas.com/desarrollo/estivill-se-desmonta-a-si-mismo-asegurando-que-su-metodo-es-para-ninos-mayores-de-tres-anos).
Así es más fácil coincidir con él porque a un niño de esa edad sí se le puede
hacer esperar un poco antes de ir corriendo a consolarle y explicarle que
siempre vamos a estar ahí aunque no podamos pasar la noche pegados a su cama.
De
cualquier modo, y volviendo a la frase que os presento hoy no considero un
fracaso ninguno de los intentos que llevamos a cabo. Con todos aprendemos algo.
Si tratamos de ser lo más objetivos que seamos capaces y, como siempre os digo,
prestamos muchísima atención a su comportamiento es mucho más fácil educarlos y
estar tranquilos porque tenemos la garantía de que lo hacemos lo mejor posible.
Los padres solemos ser muy exigentes con nosotros mismos y nos encanta echarnos
la culpa de los errores de nuestros hijos. Pero seamos sinceros, ellos también
tienen que meter la pata porque algunas cosas sólo se aprenden así. Me viene a
la cabeza una frase que he oído más de mil veces en mi casa “Si un problema
tiene solución, arréglalo. Si no, olvídalo”. Si creéis que podéis hacer algo
para mejorar su comportamiento, hacedlo. No tengáis miedo a equivocaros porque
para eso existen las rectificaciones. De nuevo, ahí va mi experiencia. Al nacer
Sergio quedó claro desde el primer día que su carácter era mucho más receloso o
introvertido que el de su hermana. ¿Cómo puedo afirmar esto de un bebé? Seguro
que los expertos en comportamiento se tirarían de los pelos al leer esto puesto
que un bebé aún no tiene formado su carácter. Pero os aseguro que si les
prestamos atención podemos ver, sin ninguna duda, las diferencias. No se trata
de comparar, sino de observar para que nuestra labor educativa sea un poco más
fácil. Ya en el hospital lloraba cuando lo cogían en brazos; estaba más calmado
conmigo que con cualquier otro; y, para los que penséis que esto les pasa a
casi todos los bebés os diré que cuando por fin se calmaba con un pariente
cercano, volvía a extrañarlo pasadas unas horas, incluso a su padre. A media
que iba creciendo se mostraba cariñoso, abierto y alegre con nosotros, pero en
cuanto salíamos a la calle, evitaba el contacto incluso con los niños. Nos
pudimos conformar, era un niño tímido y listo. Pero decidimos pensar qué
habíamos hecho diferente con Silvia y enseguida lo vimos claro. Ella había sido
la primera en nacer en la familia, así que recibió un millón de visitas y, como
viajar con una es mucho más fácil que viajar con dos, especialmente tan
seguidos, la habíamos llevado por media España visitando a primos y tíos. Así
que decidimos hacer lo mismo con Sergio. Funcionó. Ahora que va a la guardería,
por supuesto, está aún más suelto, pero ya durante el verano se acercaba a todo
el mundo, buscaba a los niños y hacía monerías a la familia. Le sigue costando
ser el centro de atención cuando tiene que hacer algo nuevo él sólo, mientras
que a su hermana le encanta ser la protagonista, así que evidentemente cada uno
tiene su carácter, pero es cierto que éste se puede moldear y es mucho más
fácil si les ayudamos a hacerlo cuando aún son pequeños. En este caso, la
experiencia positiva con la mayor, nos sirvió para ayudar al pequeño.
Pero,
por supuesto, también cometemos errores. La famosa etapa del “yo”, en la que
los niños lo quieren hacer todo solos es un momento de gran satisfacción para
los padres porque nos llena de orgullo ver sus pequeños logros. Y para
disfrutarla sólo hay que armarse de paciencia y recordar que no perdemos el
tiempo cuando tardan cinco veces más en guardar sus zapatos de lo que
tardaríamos nosotros, sino que le estamos dando nuestro apoyo y estamos
disfrutando de su compañía y aprendizaje igual que hacíamos al pasar largos
ratos viéndoles dormir cuando eran muy bebés. A medida que crecen los padres
nos quejamos de que son más desesperantes; pocos queremos admitir que tenemos
menos paciencia y que después de dárselo todo llega un momento en que necesitamos
recuperar un poco de la independencia que teníamos antes de que naciesen. Por
ello, debemos asumir que el tiempo personal es imprescindible para desconectar
y cargar las pilas y así poder prestarles la atención que merecen disfrutando,
además, de ese tiempo. Como digo, a veces es fácil olvidarlo. Y reconozco que
la primera vez que Sergio se cansó de comer y cogió el bol lleno de comida y lo
tiró al suelo le di un azote. No fue un castigo ni un acto premeditado, me
salió del alma. ¿Su reacción? Empezó a darse tortas en la cara y en la cabeza.
Me sentí realmente avergonzada. Respiré hondo, recogí todo el desastre, le puse
la tele y me alejé del conflicto. Recuperé el libro de Rocío Ramos-Paúl “Niños
desobedientes, padres desesperados” y empecé a aplicar las técnicas que
recomienda para estos casos. Seria ridículo afirmar que nunca más me he vuelto
a desesperar por este comportamiento, pero creo que es suficiente con que
sepáis que nunca más perdí los nervios por él y que se ha ido reduciendo hasta
casi desaparecer por completo.
Ninguna
experiencia es un fracaso, todo en la vida tiene su utilidad y cuando se trata
de nuestros hijos no existe la “pérdida de tiempo”, todo lo que intentemos por
ellos, habrá merecido la pena.
Feliz año!!!! Ahora tenéis otros 365 días para disfrutar en familia!!!!!
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