Cama
de Silvia (140*70 cm.) con sábanas de Carrefour (para cama de 90 cm.)
Completamente de acuerdo. ¿Nunca os
habéis fijado que los días que estamos más cansados “los niños están más
insoportables que nunca”? Y, en cambio, esos días que hemos dormido como hacía
años y nos levantamos con una sonrisa, somos capaces de pasarnos la tarde
jugando con ellos y sus travesuras nos parecen hasta divertidas porque “al fin
y al cabo, son niños; es normal que se ensucien y rompan cosas”. Por eso os
repito muchas veces que los libros de educación que más me gustan se parecen
mucho a libros de autocontrol y motivación. Nos encanta pedir a nuestros hijos
que se comporten, que controlen sus rabietas, que sean educados, pero
reconozcamos que más de una vez se nos olvida predicar con el ejemplo.
Somos humanos, tenemos derecho a
equivocarnos y tener rabietas. Concedamos el mismo privilegio a los niños. Y,
al mismo tiempo, seamos un poco más condescendientes con nosotros mismos. No
siempre podemos estar al 100% y el primer paso es reconocerlo, aceptarlo y
buscar alternativas. ¿La televisión/niñera? Como todo, me parece un delito en
exceso, pero esos días que sabemos que vamos a estallar a la primera porque no
nos aguantamos ni a nosotros, ¿qué tiene de malo ponerles un dibujo educativo,
apropiado para su edad y, a ser posible, en inglés, durante un rato o incluso
una tarde entera? Y si estamos a viernes o sábado y necesitamos un respiro
antes de enfrentarnos al momento del cuento y las canciones, ¿Por qué no
podemos ponerles una película apropiada para su edad mientras cenan? La tele no
es una solución para todo, por supuesto, solamente es un ejemplo para que
entendáis que nosotros también podemos rabiarnos y que hay muchas estrategias
en lugar de pagar el pato con los niños.
Cuando Silvia era un bebé, acabamos
durmiéndola junto a la campana extractora, porque por más que la paseásemos y
meciésemos en brazos, cantándole canciones y arrullándola ella seguía llorando.
Unos amigos nos dijeron que ellos habían recurrido al zumbido de la campana que
se supone que les recuerda a los que oyen en el útero materno y, mira, algo
funcionó. No fue milagroso, pero cuando ya estábamos muy desesperados nos
ayudaba. Los niños son muy listos desde que nacen y notan la tensión. Nosotros
nos turnábamos. Si yo me veía ya muy desesperada y con ganas de llorar, le
pedía a mi marido que me relevara. Por supuesto, a todo el mundo le encanta
opinar, especialmente a los que no tienen que enfrentarse con ello día tras
día. Yo no puedo oírles llorar como método para enseñarles a dormir. Los que me
seguís desde hace tiempo, lo sabéis. Siempre os digo que cada uno tiene que
encontrar el método que mejor se adapte a sus necesidades, justamente porque,
como dice la frase que os presento hoy, si vosotros sois felices y estáis a
gusto, ese sentimiento llegará a vuestros hijos. Por supuesto que me habría
encantado que al llegar la hora de la siesta los acostase y se quedasen fritos.
Lo mismo por la noche. Y a veces estoy completamente destrozada y daría lo que
fuese porque durmiesen toda la noche, porque aún hoy tienen temporadas en las
que se despiertan los dos varias veces por la noche y es una tortura.
Rectifico, daría lo que fuera excepto dejarles llorar, por ningún método. No
creo que los niños lloren y se despierten adrede y con mala idea para
fastidiarnos la noche, así que dejarlos llorar como método de aprendizaje me
parte el alma; incluso cuando ya son mayores y se les puede explicar. Y os
repito, por si no ha quedado claro, que no es una crítica al que practica ese
método, pero no es para mí. Eso no quiere decir que no necesite dormir y que la
falta de sueño me ponga de mal humor, como a todo el mundo. Ello me lleva a
algunas prácticas que mucha gente desaprueba. Me da igual. Yo soy feliz y ellos
conmigo.
De bebé, Silvia tomaba el pecho varias
veces durante la noche. No sé si por hambre o porque le consolaba, lo que sí sé
es que no podía dormir, porque una vez que se despertaba tardaba tanto en
volver a quedarse dormida que yo me despejaba. Lo del colecho me llamaba la
atención, pero no quería gastar dinero en una cuna especial y tenía mis dudas
respecto a su eficacia porque entiendo que sólo les puedes dar el pecho del
lado que está la cuna, así que decidí poner la cama individual que teníamos en
la habitación de invitados entre la pared y nuestra cama de matrimonio. Así
cuando, se despertaba le daba el pecho y podía cambiar de lado y quedarme
dormida en cualquiera de las dos camas, con espacio suficiente para mantenerme
alejada, que me agobiaba poder hacerla daño cuando me quedaba dormida. Al
cumplir un año, que ya no tomaba el pecho la pasamos a la cuna a su habitación.
Solía despertarse en torno a las 05.00 y, a pesar de la incredulidad de la
pediatra, seguí el consejo de una amiga que me dijo que en su caso se
despertaban por hambre, que intentase darle un biberón; y funcionó. Dejaba en
nuestro baño, un termo con agua hirviendo y al lado, el biberón con la leche en
polvo. Así, cuando se despertaba, pasaba la leche (que se mantenía caliente)
del termo al biberón, lo agitaba un poco y se lo daba. La volvía a acostar y se
quedaba frita. Cuando cumplió los dos años la pasamos a su propia cama. Mucha
gente tenía, una vez más, algo que decir. Algunos no entendieron nuestra
decisión de comprar una cama baja que sólo sirve hasta los 6 años. Yo contesté
taxativamente, para mí era fundamental porque si no, no iba a dormir. Las
barreras están bien, pero Silvia tenía la mala costumbre de, estando dormida,
trepar por cualquier sitio. De hecho, junto a su cama pusimos un colchón y más
de una vez pasó por éste y aún llegó al suelo. Por cierto, el colchón lo
pusimos, no tanto por si se caía porque la altura de estas camas es muy bajita
y en el suelo tenía un tapiz de goma eva que le habíamos comprado cuando empezó
a gatear, especial para amortiguar los golpes; sino, porque se despertaba
tantas veces que, cuando ya no podía más, directamente me tumbaba en él y nos
dormíamos las dos.
Al cumplir Silvia los 3 años quitamos
este colchón y se lo pusimos a Sergio. El peque empezó a dormir en cama baja
con añito y medio. No esperamos más porque la decisión de pasar a Silvia de
cuna a cama fue debido a que se tiró de cabeza de la cuna en una rabieta. Así
que en cuanto el nene intentó pasar la pierna por encima de los barrotes de la
cuna de viaje, que es más profunda que la de madera, decidimos que era mejor
retirar la cuna y que empezase a dormir en cama. Era tan pequeñín que le
pusimos el colchón al lado por si se caía, porque, además, su cama era un pelín
más alta que la de Silvia. Desde entonces, hace más de 6 meses, creo que sólo
ha amanecido en el colchón o en el suelo un par de veces. Es más tranquilín
durmiendo que su hermana. Pero sí que nos ha servido, igual que con ella, para
quedarnos dormidos, más de una vez, a su lado, en noches intranquilas en las
que te llama tantas veces que no puedes más. Silvia, a punto de cumplir cuatro
años, sigue despertándose, aunque suele ser en momentos puntuales, como cuando
está muy acatarrada o excitada por cumpleaños o reyes, por ejemplo. Pero ahora,
basta con acudir, darle un beso de buenas noches, decirle que estamos en la
habitación de enfrente y, en ocasiones, encenderle la luz del pasillo. Ya no te
desvelas porque es muy poco rato.
Cada niño tiene su propio ritmo y cada
papá y mamá sus puntos fuertes, que debe explotar y los débiles, que tiene que
conocer y superar.
Nunca lo había hecho hasta ahora, pero
la última vez que mi marido tuvo que irse de viaje de trabajo llevábamos dos
semanas durmiendo mal los dos niños y decidí que no iba a poder con 5 días así
sola. Me agobiaba que me llamasen los dos a la vez porque no me puedo dividir
entre dos habitaciones. Por no mencionar que realmente necesitaba descansar ya,
así que volví a meter la cama individual entre la pared y la cama de matrimonio
y acosté en ella al pequeño. En la parte exterior de mi cama acosté a Silvia,
que ya se mueve menos, y, para estar más tranquila, le puse una barrera que nos
dejó un amigo. Yo me acosté en medio porque aún dan patadas y no quería que se
despertasen uno a otro. Hacía mucho tiempo que no dormía tan bien. Cuando
tenían un despertar les decía que estaba a su lado, les tocaba y seguíamos
roncando los tres. Una sensación de tranquilidad, de tener la situación bajo
control y, debo admitirlo, de felicidad, recuperando esos momentos de mimos
nocturnos de cuando eran bebés que me encantó. Por supuesto, no es algo que
vaya a hacer todos los días porque quiero enseñarles a ser independientes y a
estar a gusto en sus habitaciones, pero no descarto repetir si nos volvemos a
quedar solos, especialmente si están en una racha de muchos despertares.
Mi obsesión es el dormir, pero ya os he
puesto también el ejemplo de la tele. En este sentido, soy tan contraria a la
caja tonta que criticaba los dvd’s para el coche, pero nos los regalaron y,
desde que los tenemos, los viajes a visitar a la familia son mucho más
agradables.
Silvia tuvo un inicio de curso difícil
por una serie de problemas en el colegio que ella acusó mucho. Vino a casa con
muchas rabietas que no sabía expresar y empezó a pegar y a gritar. Lo hablamos
y llegamos a la conclusión de que cuando estuviese rabiosa lo mejor era que se
retirase a respirar. Esto le quedó aún mucho más claro cuando un par de veces
que me pusieron de los nervios conseguí controlar mi tono de voz para decirles
que me estaban enfadando y que me iba un momento a mi habitación para respirar
hondo y tranquilizarme. No, no es milagroso. Por supuesto que sigue cogiendo
rabietas y claro que por estar cinco minutos (no se les puede dejar media tarde
solos) en otra habitación no te cambia el carácter, pero ayuda a cambiar el
chip. A mí me ayuda respirar hondo, en plan relajación y repetirme que son
niños, que se rabian y que no saben controlarse, que yo tengo que hacerlo por
ellos. Está demostrado que morder un lápiz ayuda a estar contento porque nos
obliga a ejercitar los mismos músculos que en una sonrisa. Esto se ha dicho
mucho y es verdad, repetiros la cantidad de cosas por las que podríais estar
enfadado y cansado y acabaréis con una úlcera. En cambio, sonreír delante de un
espejo, respirad hondo y contaros a vosotros mismos las cosas buenas del día a
día y lo mucho que queréis a vuestros hijos y veréis cómo todo resulta mucho
más fácil. Hay guarderías que cuidan de forma gratuita de los niños, mientras
estás en una clase de yoga que practicas allí mismo. Hay sitios de bolas que
tienen monitor y en los que te puedes tomar una coca cola tranquilamente mientras
ves cómo tus hijos disfrutan de un rato de desahogo. Algo que a mí me ayuda
mucho y a ellos les encanta, es leerles un cuento. Les pongo vocecitas según
los personajes y sus sentimientos y situaciones. Esa modulación de la voz y
estar atenta a lo que leo y a lo que expreso me obliga a cambiar el chip y a
olvidar mi cansancio y mi mal humor.
Si, como casi todos los padres, queréis
que vuestros hijos sean felices, no os olvidéis de vuestra propia felicidad
porque es muy importante. Y si os cuesta creerlo, pensad en cuando erais
pequeños, ¿acaso no agradecíais cuando vuestros padres se reían? Y no me digáis
que no era fácil distinguir entre esa sonrisa fingida de “todo va bien cariño”
a cuando se reían de veras y la felicidad les salía por los ojos. Vuestros
hijos también quieren vuestra propia felicidad porque sois lo que más quieren
en el mundo. No lo olvidéis. Ya sabemos que son lo que más queréis, pero tenéis
que aprender a reservar tiempo y energías para conseguir vuestro propio
bienestar. Sed felices y compartid esa felicidad con ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte tus opiniones con nosotros